sábado, 11 de septiembre de 2010

Brotes de sinceridad

Fuente De (Cantabria)


¿Alguna vez habéis divisado un paisaje montañoso de picos escarpados, semiocultos entre espesas nubes de algodón, desde un lugar aún más elevado e inaccesible?

Mi casa tiene forma circular y su superficie no alcanza más allá de un metro cuadrado. Carece de paredes y techo y se sustenta por medio de un único pilar que atraviesa hacia abajo el cielo para apoyarse en la espesura, adonde jamás llegan mis ojos.

Todos mis enseres se encuentran justo en el centro de la estancia, el punto más distante del abismo que los rodea, y en cuanto a mí, suelo hacer vida en torno a ellos, en un anillo de dos cuartas de ancho como máximo.

A decir verdad, la distancia que resta hasta el borde donde acaba el suelo, me preocupa demasiado.

Afortunadamente, y a pesar de que cuanto poseo está apoderándose de una considerable porción de mi espacio vital, procuro siempre que esta franja de seguridad que me separa del vacío crezca indefinidamente, y lo consigo.

Como es lógico pensar, y dado que no puede alcanzarse todo en la vida, mis movimientos son ahora bastante más limitados, pero es indiscutible que he ganado mucho en seguridad y pertenencias, aunque haya tenido incluso que aprender a caminar de lado, como los cangrejos…

Por cierto, lo que tengo es mío… ¡ni que se hubiera levantado del cielo!

¡¡Ahh!! Se me olvidaba. Como bien he dicho, mi refugio no tiene techo ni paredes. Sin embargo, un centenar de lienzos decorados en varias millas a la redonda, cuelgan de un sinfín de pérgolas radiales sujetas al extremo del pilar que me sustenta, unos metros más arriba de mi cabeza. Por inaccesible y por lo tanto intangible, no considero esta estructura de mi propiedad, y ni tan siquiera la de mis ancestros, pero su apariencia desde abajo… ¿qué os voy a contar que no veáis?... ¡¡¡el más bello de los palacios en la más alta de las cimas!!! Ni que decir tiene que esta escasez de suelo me permite, a excepción de mi propio apoyo, contemplaros todo, absolutamente todo cuanto subyace a mí.

Gracias a la esmerada educación que me dieron, abandoné muy pronto los juegos de niños, en los que solía buscar las estrellas mirando hacia arriba (incauto), y pasaba horas al borde del precipicio, haciendo equilibrio y con la mirada perdida en algún lugar inmundo de allá abajo… ¡qué escalofríos!

En fin… tengo que dejaros… se me acumula la miseria.

Bastará como siempre con estirar el brazo con cuidado y dar unos golpecitos para introducirla aquí abajo en forma de cuña.

Creo que esta vez me dará para ganar algunos centímetros más…


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