lunes, 26 de septiembre de 2011

El reto de las preocupaciones


"No conceda toda su atención a la mente y al mundo exterior.

Concéntrese por todos los medios en lo que está haciendo, pero sienta el cuerpo interior al mismo tiempo siempre que sea posible. Permanezca arraigado en su interior. Entonces observe cómo cambia su estado de conciencia y la calidad de lo que está haciendo.

Siempre que esté esperando, dondequiera que sea, emplee ese tiempo en sentir el cuerpo interior. De esta forma, los embotellamientos de tráfico y las colas se vuelven muy agradables. En lugar de proyectarse fuera del Ahora, entre más profundamente en él a profundizar más en el cuerpo. El arte de la conciencia del cuerpo interior se desarrollará en un modo de vivir completamente nuevo, un estado de unión permanente con el Ser y añadirá una profundidad a su vida que no ha conocido antes.

Es fácil permanecer presente como el observador de su mente cuando está profundamente arraigado en su cuerpo. No importa lo que ocurra en el exterior, nada puede hacerlo temblar ya. A menos que usted esté presente -y habitar su cuerpo es siempre un aspecto esencial en ello- continuará siendo dominado por su mente.

El guión que hay en su cabeza y que aprendió hace mucho tiempo, el condicionamiento de su mente, decidirá su pensamiento y su conducta. Puede que usted se libre de él por breves intervalos, pero rara vez por mucho tiempo. Esto es especialmente cierto cuando algo "anda mal" o hay alguna pérdida o un trastorno. Su reacción condicionada será entonces involuntaria, automática y predecible, alimentada por la única emoción básica que subyace en el estado de conciencia de identificación con la mente: el miedo.

Así que cuando lleguen esos retos, como siempre llegan, convierta en un hábito entrar dentro de usted de inmediato y concentrarse lo más que pueda en el campo de energía interior de su cuerpo. Esto no tiene que tomar mucho tiempo, sólo unos segundos. Pero necesita hacerlo en el momento en que se presenta el reto. Cualquier demora permitirá que surja una reacción mental-emocional condicionada y se apodere de usted.

Cuando usted se concentra en su interior y siente el cuerpo interior, inmediatamente se vuelve tranquilo y presente pues está retirando la conciencia de la mente. Si se requiere una respuesta en esa situación, vendrá de ese nivel más profundo.

Lo mismo que el sol es infinitamente más brillante que la llama de una vela, hay infinitamente más inteligencia en el Ser que en su mente."


Eckhart Tolle - "El poder del ahora"

viernes, 16 de septiembre de 2011

El descosido


No existe nada más falso que tu propia mente.

Sí, así es. Procuraré explicártelo para que no lo entiendas.

Hasta que no rompes tu identificación con ella, eres incapaz de reconocer esta gran verdad, y aceptarla… y ‘triceversa’.

Aceptación y ruptura van de la mano, pues una conduce a la otra. Ambas se complementan.

En el vasto entramado mental, ningún descosido se abre si no existe previamente como tal, si antes no se produce el desgarro de un primer hilo. Y una vez que surge el agujero, la luz que emana a su través alumbra las fauces del engaño: ese monstruo parlanchín que se nos ha dado a conocer a través de sus propias descripciones sobre sí mismo y que nos mostrará el mundo según sus propios intereses (pasado y futuro).

Y ante la ceguera del destello, ante el desconcierto de lo que parece ‘no ser’, tu voluntad sigue siendo su voluntad, a no ser que percibas el silencio que brota del abismo tras la conciencia deshilachada, la quietud de la que nacen sus palabras.

Ante el sufrimiento, tu mente se apresurará a poner siempre en tus manos las mismas herramientas: hilo y aguja. En cambio, en los momentos plácidos, os regocijaréis por el mayor tiempo posible de la perfección y fortaleza de la costura realizada. Seréis uno, ante la imposibilidad de repartiros la autoría de tales proezas.

Para comprender con palabras, es preciso no comprender… tal vez con frases inconclusas cuyo razonamiento muere, necesariamente.

Aquí y Ahora es donde la mente calla, pierde el control y te lo cede a ti.

Dulces o salados, no son más que condimentos del mismo alimento que la sustenta.

Siendo lo más simple, es lo más difícil.

Control para observar sin más, o para volverlo a perder.

¿Vivir al máximo el presente? No. Permanecer conscientes es suficiente.

¿Utilidad? ¿Propósito? ¿Sentido de la vida? Por favor, déjale hablar (aceptación), pero no ignores su naturaleza y cuanto se distancia de ti (ruptura): identifica el parloteo a la luz del abismo tras el agujero… y responderás a estas preguntas y/o el por qué te las planteas (o incluso el por qué no aceptas que te las planteas), el por qué te interesa todo esto, (o el por qué presientes que en el fondo no te importa lo más mínimo), el por qué es tan vital, (o el por qué lo niegas)…

Tus únicas opciones son coser, o sentarte a mirar cómo se agranda el descosido, justo cuando lo observas.

No harás nada más trascendente en tu vida que una de estas dos cosas.


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jueves, 1 de septiembre de 2011

Golpe de sabiduría (o La mirada albina) (Reposición)

Castillo de Olvera

Un vistoso ramo de flores golpeó con la fuerza precisa el féretro de aquel cadáver aún caliente, segundos antes de desaparecer bajo una espesa capa de arena. Los asistentes al sepelio, habían comenzado a retirarse tras la originalidad de las primeras paladas. Finalmente, terminaron por dejar en solitario al enterrador y a otros dos individuos que, como estacas, permanecían inmóviles al borde de la fosa, bajo una sombra interminable que se extendía hasta el infinito.

Un cruce de miradas húmedas entre ambos, colmadas de comprensión, dió luz verde a un abrazo efusivo de tal vigorosidad, que pareció ser el último, y tras mostrarse mutuamente las espaldas, tomaron caminos opuestos.

La trascendencia de este relato, llevó a nuestro nuevo protagonista a adentrarse aún más en el cementerio, hasta su centro. En este cometido, sólo tuvo que caminar hacia delante entre infinidad de sepulcros, cuya antigüedad parecía crecer varios años en cada paso. Sin salirse jamás de una franja sombreada de varios metros de ancho que le servía de guía, terminó justo a los pies de su destino: una torre de altura ilimitada, que no sólo rasgaba el suelo con su sombra, sino también el cielo, hasta el cenit.

A escasa distancia de aquella soberbia y extraña construcción, permaneció un rato inmóvil, intentando identificar bajo sus pies los restos de las tumbas milenarias que rodeaban en espiral su planta circular. Estas, ante su estupor, parecían exhalar cierto olor nauseabundo, en un suelo arenoso especialmente irregular en esta zona, donde adquiría un tono cobrizo.

Absorto ante tanto desconcierto, alzó la mirada a la torre. En su cara oscura, era incapaz de apreciar detalle alguno, salvo el leve contraste del hueco de entrada y su inminente escalera de caracol que ascendía casi desde fuera, como si cualquier desplazamiento horizontal estuviese prohibido en su interior.

Aún sin haberlo decidido, entró, y comenzó a subir...

La exagerada inclinación, tosquedad y vulgaridad en suma de aquella escalera de piedra, estuvo a punto de acabar, en pocos minutos, con toda la emoción contenida durante el acercamiento y acceso a aquella edificación tan arcaica, de no ser, por el atractivo y a la vez tétrico paisaje, que una ventana de arco en semicírculo y tupida reja cuadricular situada cada cinco cuartos de vuelta, mostraba ante sus ojos.

Aunque jamás había sentido tanta soledad como en aquel instante, pensó en el continuo flujo de personas que debía transitar habitualmente por aquella zona baja de la torre, por la infinidad de huellas que modelaban el barro atrapado en la porosidad de la piedra que pisaba.

Así permaneció, subiendo sin parar durante más de una hora, hasta divisar, ya al límite de sus fuerzas, un detalle que le sobresaltó.

Una ventana, similar a todas las anteriores por las que había pasado, carecía de reja. Tal vez, pensó, asomándose lateralmente, la explicación estuviera en la posición sobre el muro exterior, aproximadamente a medio metro del hueco, de una vieja campana de tamaño mediano de la que colgaba un trozo de cuerda, deshilachado en su extremo por el uso, y al que podría acceder si se inclinaba lo suficiente.

En el borde inferior de la campana y orientada hacia la ventana, pudo apreciar, no sin cierta dificultad, ilusoria a la luz de su creciente inquietud y sed de nuevos estímulos, una inscripción labrada en el metal, que llegó a comprender rápidamente y que le mantuvo extasiado durante unos minutos.

El pequeño descanso, motivado por el hallazgo de aquella novedad irrelevante en apariencia, y las sorprendentes vistas que a tal altura podía divisar, incluida la porción de suelo más cercana a la torre al carecer de obstáculos en la ventana, le aportaron la fuerza física y moral suficiente para continuar el ascenso.

A pesar de que aquella interminable escalera circular no se interrumpía al pasar junto a esta ventana tan singular, ni con otras similares que encontró más adelante, estas paradas constituyeron para él verdaderos puntos de inflexión, en los que no faltaba un manuscrito alentador, al pie de una campana cada vez más voluminosa.

El enunciado que encontraba, siempre añadía alguna novedad a los anteriores, cuya interpretación se relacionaba directamente con las posibilidades de comprensión del nuevo. Era como si dialogasen entre ellos.

Y así, subiendo y subiendo por aquella escalera, cada vez más limpia y ajena al trasiego humano, llegó a agotar todas las horas del día, en las que pudo observar, cada cinco vueltas, cómo la sombra eterna de la torre se arrastraba barriendo el horizonte. En el lado opuesto, un sol ralentizado, embrujado ante la perseverante locura de sus pies, protagonizaba el ocaso más largo de su vida...

Llegada la oscuridad más absoluta de la noche, el adiestramiento había sido tal, que aún podía caminar mejor y más rápido. Aunque llegó a temer por la posibilidad de que algún cambio estructural en el camino le hiciese tropezar y caer, o lo que él consideraba peor, que la falta de luz hiciese ininteligibles las inscripciones que iba encontrando a su paso, se sorprendió al descubrir que éstas, emanaban luz por sí mismas, y le otorgaban la valentía suficiente para seguir caminando... incluso a ciegas.

Al amanecer, cuando las sombras aún se esparcían por igual en todo el cementerio, y ante la absoluta indiferencia de sus piernas que seguían con su trabajo, pudo apreciar tras una reja, con una mirada acertada y fugaz, la figura lejana del enterrador ocupado en sus labores junto a una carreta.

Muy pronto, la oscuridad se cobijaría bajo el amparo de la torre, para comenzar a desfilar por toda aquella extensión de terreno, de izquierda a derecha. A estas alturas, aquel extraño campanario, una apreciada intuición y su propio esfuerzo, le habían aportado justo lo imprescindible para continuar allí y seguir subiendo...

Superó tantos escalones como reproches podía tolerar la solidez de sus principios, y una vez más, colmado de ilusión, se asomó lateralmente por otro hueco de ventana. En la base de una enorme campana cogada de una robusta viga de madera por el exterior del muro, fue a toparse con una inscripción que, por primera vez, no alcanzaba a comprender.

-No es para mí- pensó.

En aquel momento, los cimientos sobre los que sustentaba su gozo, cayeron como una torre de naipes, y permaneció cabizbajo y reflexivo, en un intenso enfrentamiento consigo mismo.

Al cabo de un buen rato de permanecer allí, inmóvil, y ante su asombro, una alegría inigualable que sólo él podría describir, inundó su ser. Afortunadamente descubrió, que la sinrazón de aquellas palabras inconexas constituían la última pieza que faltaba en el puzzle de su propio entendimiento, y éste, en su conjunto, obró el milagro...

Un toque grave y pausado de campana resonó en varias millas a la redonda.

Aunque queda abierto a la interpretación del lector en qué instante de este relato la vida habitó el cuerpo de este individuo y en qué momento lo abandonó, he de decir que tardó nada menos que un minuto en llegar al suelo, y que el golpe resultó notable entre los suyos y, por su virulencia, digno de ser recordado.

Fue el propio sonido del impacto el que acabó con el descanso de dos bueyes que, atados a una carreta y adiestrados para la ocasión, sólo tuvieron que andar unos pasos para situarse junto al desconcierto de aquel organismo inerte. Con total indiferencia y con el mismo trato que le hubiese dado en vida, el enterrador tomó el cuerpo y lo arrastró hasta la carreta.

Aquel tipo desconocido, de astutos andares curvos, aunque rectos en apariencia, aún tenía por delante un buen trecho que caminar por la alfombra oscura, hasta llegar a su destino. Bajo un sol de justicia, y al pie de una fosa cavada en el crepúsculo de la mañana, aguardaba ya una multitud que había sido atraída por el toque funerario.

Pronto llegaría el enterrador... y la interminable sombra.

Una vez iniciada la marcha y tras acuciar a golpe de vara a uno de los bueyes, dirigió la mirada hacia atrás. Con una sonrisa burlona y exhibiendo unos ojos extremadamente claros, casi blancos, pudo leer aún a cierta distancia y en la penumbra, una frase tallada en piedra, sobre el hueco de acceso a la torre.

Traducida desde la oscuridad, decía lo siguiente:

"El hombre muere cuando más sabe"


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