viernes, 30 de octubre de 2009

Monstruos de-mentes

Hormigas en la miel

Mi cabaña es pequeña.

En su mayor parte, está ocupada por la cocina, donde hago vida habitualmente. En el espacio restante, dispongo de un viejo camastro que ocupa el dormitorio en su totalidad, y un minúsculo aseo, si puede llamarse así, ya que sólo se trata de un váter empotrado en la pared del pasillo.

Realmente, no sé en qué momento comenzó todo.

Desde hace algunos años, vengo observando cierto desorden en la cocina, del que me declaro absolutamente ajeno. Además, desconozco si lo que cambió fue el orden habitual de las cosas en este recinto o, sencillamente, mi percepción del desconcierto que aquí y por entonces, ya reinaba.

Cada mañana, encontraba cacerolas en el suelo, cubiertos sucios desperdigados por doquier, cajones abiertos, especias desparramadas, y el abandono de un sin fin de enseres de cocina, cuyas extravagantes posiciones sólo podían estar rindiendo homenaje al propio concepto de... caos, en sí mismo.

Durante todos estos años, he pasado la mayor parte de los días limpiando y devolviendo las cosas a su sitio. Me ha sobrado muy poco tiempo para cocinar, mi mayor delirio, y como no debería ser de otra forma, degustar a fondo mis platos preferidos.

Lo realmente novedoso, aconteció ayer.

Mientras procedía a retirar una sartén del suelo, y entre los restos de una vasija, me sobresaltó el movimiento repentino de una enorme cola de lagarto, de al menos dos metros de longitud. Arrastrada por quién sabe qué extraña criatura, se deslizó sobre el alféizar de la ventana, desapareciendo en el acto, entre el espesa hojarasca del árbol que ciega prácticamente esta abertura.

Otra porción de susto exacerbado casi acaba conmigo cuando, en un rincón, camuflado entre las oscuras volutas que adornan la alacena, un espectro peludo con credenciales de monstruo y brazos en cruz, cambió, ante mi mirada e inexplicablemente, su rostro atroz por una nuca calva y arrugada que resultó hasta graciosa, para darme la espalda y tomar en sólo un segundo, el mismo camino que su antecesor...

Tras recuperarme de aquellos sobresaltos de infarto, con sudor frío, tembloroso y alerta ante lo que aún podía encontrar, pude percatarme de que el trabajo estaba prácticamente acabado, salvo un par de artilugios que recogí del suelo y una cuchara usada con restos de miel, que permanecía aún sobre el escurridor.

Una hilera de hormigas acudían allí presurosas desde la ventana.

Ante mi asombro, y sólo con la persecución de mis ojos, aquellas hormigas cambiaban súbitamente de sentido, en dirección al exterior, como si de un reguero de pólvora encendida se tratara...

Hoy, he comido bien.

Aún permanezco absorto ante lo sucedido ayer. Ahora que despunta la noche, ante esta ventana, me pregunto qué habrá sido de esas criaturas inmundas, que a buen seguro no volverán a molestarme. Sin duda, puedo dar fe, del majestuoso e inexplorado poder de la mirada...

Creo que mañana saldré a podar ese árbol, cuyas tupidas ramas me impiden ver más allá y oscurecen...

¿¿ QUE HA SIDO ESO... ??

¡¡¡ DIOOOSSSS !!!


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viernes, 23 de octubre de 2009

La sonrisa invertida

Océano Atlántico - Novo Sancti Petri (Chiclana de la Frontera)

Sería difícil de averiguar, en qué momento la justa combinación de presión, temperatura y humedad llegó a conferirle el volumen mínimo necesario para ser distinguida de aquella atmósfera caótica en la que se encontraba.

La curvatura perfecta de su superficie esférica, no sólo reflejaba, con cierta amplitud visual desmedida, todo aquello que en apariencia no era, sino que además servía de envoltorio engañoso de su individualidad sólo temporal, con respecto a una nube grisácea que le proporcionaba el sustento.

Durante el primer aliento de su existencia, pudo jugar a la danza del viento, entre un sin número de iguales que surgían con sutileza y en aparente desorden a su alrededor, pero justo allí donde tenían su espacio reservado, y fue la creciente verticalidad en los movimientos inicialmente horizontales de aquel baile prematuro, la que acabó con su niñez y la introdujo en un nuevo mundo gris-azulado, mucho más nítido y extenso.

La cercanía galopante de otras esferas cristalinas más voluminosas cada vez, acabó mostrando su propia pequeñez, a lo que respondió tragándose a todo aquel semejante inferior que encontraba en su camino, en el acuerdo común de no abandonar la competitividad de aquella carrera vertiginosa, en picado... y en caída libre.

Finalmente y como no, antes de ser atravesada por los inéditos rayos de un sol caído que asomaba perplejo entre nimbos encendidos, y con el último reflejo piadoso de una sonrisa invertida multicolor, fue a estrellarse contra su propio origen, asesino de su falsa identidad, de donde provino.

La inmensidad del vasto océano, le daba la bienvenida...


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viernes, 16 de octubre de 2009

Pienso-miento (Reposición)

Obsérvate, pero no en un espejo.

Estudia el rostro de los demás, sus gestos...

...cuando les hablas y fijan su mirada en algún sitio
mientras asienten con la cabeza, absorbidos por el pensamiento...

...cuando van solos por la calle y durante un segundo
mueven sus manos al compás de una mueca en su cara,
como si hablaran...

...cuando compran acalorados y con los ojos brillantes,
o quedan absortos ante algún anuncio publicitario...

...o imaginan lo peor de toda una eternidad futura que, aunque sin
duda es tan improbable e incontenible en cualquier momento
presente, puede ser, en un solo segundo, contenido y representado
como tal en la mente... y simultáneamente sufrido...

... o recuerdan un pasado igualmente selectivo, inexistente ahora,
e igualmente sufrible, en igual mente.

Observa cómo te miran... sin verte.

Ese eres tú.

Basta ya, de pensar... y de mentir.




Dedicado a JUGUETE MENTAL,
mi primer gran buscador.

viernes, 9 de octubre de 2009

La arruga del universo

Garganta de puerto oscuro - Ladera del monte Picacho (Alcalá de los Gazules)

...y entre montañas dicromáticas, alejado de los límites del condicionamiento, y bajo un cielo perfumado, horizontal y sobre todo, solemne, pude apreciar un pliegue de la realidad, rodeado de rúbricas de fuego:


El mundo, no sólo ha sido creado;

ha sido creado de forma

que resulte comprensible, inteligible,

y esto... es un dato a priori.


Es el Certificado del Creador.

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A mi regreso, y como en todo doblez que va y vuelve, observé un sin fin de contradicciones preestablecidas, dispuestas a contrarrestar la fortaleza demoledora pero vulnerable, de obviedades como ésta. Aunque no les dí la bienvenida, comprendí que tenían un papel muy importante en la vida, como salvaguardias de la propia libertad humana.

Y ahora, 'sólo' queda la eterna discontinuidad que esta arruga del espacio-tiempo, ha dejado en mi presente: el maravilloso efecto tardío sobre aquellas contradicciones inconscientes, inicialmente no resueltas...

viernes, 2 de octubre de 2009

Golpe de sabiduría (o La mirada albina)

Castillo de Olvera

Un vistoso ramo de flores golpeó con la fuerza precisa el féretro de aquel cadáver aún caliente, segundos antes de desaparecer bajo una espesa capa de arena. Los asistentes al sepelio, habían comenzado a retirarse tras la originalidad de las primeras paladas. Finalmente, terminaron por dejar en solitario al enterrador y a otros dos individuos que, como estacas, permanecían inmóviles al borde de la fosa, bajo una sombra interminable que se extendía hasta el infinito.

Un cruce de miradas húmedas entre ambos, colmadas de comprensión, dió luz verde a un abrazo efusivo de tal vigorosidad, que pareció ser el último, y tras mostrarse mutuamente las espaldas, tomaron caminos opuestos.

La trascendencia de este relato, llevó a nuestro nuevo protagonista a adentrarse aún más en el cementerio, hasta su centro. En este cometido, sólo tuvo que caminar hacia delante entre infinidad de sepulcros, cuya antigüedad parecía crecer varios años en cada paso. Sin salirse jamás de una franja sombreada de varios metros de ancho que le servía de guía, terminó justo a los pies de su destino: una torre de altura ilimitada, que no sólo rasgaba el suelo con su sombra, sino también el cielo, hasta el cenit.

A escasa distancia de aquella soberbia y extraña construcción, permaneció un rato inmóvil, intentando identificar bajo sus pies los restos de las tumbas milenarias que rodeaban en espiral su planta circular. Estas, ante su estupor, parecían exhalar cierto olor nauseabundo, en un suelo arenoso especialmente irregular en esta zona, donde adquiría un tono cobrizo.

Absorto ante tanto desconcierto, alzó la mirada a la torre. En su cara oscura, era incapaz de apreciar detalle alguno, salvo el leve contraste del hueco de entrada y su inminente escalera de caracol que ascendía casi desde fuera, como si cualquier desplazamiento horizontal estuviese prohibido en su interior.

Aún sin haberlo decidido, entró, y comenzó a subir...

La exagerada inclinación, tosquedad y vulgaridad en suma de aquella escalera de piedra, estuvo a punto de acabar, en pocos minutos, con toda la emoción contenida durante el acercamiento y acceso a aquella edificación tan arcaica, de no ser, por el atractivo y a la vez tétrico paisaje, que una ventana de arco en semicírculo y tupida reja cuadricular situada cada cinco cuartos de vuelta, mostraba ante sus ojos.

Aunque jamás había sentido tanta soledad como en aquel instante, pensó en el continuo flujo de personas que debía transitar habitualmente por aquella zona baja de la torre, por la infinidad de huellas que modelaban el barro atrapado en la porosidad de la piedra que pisaba.

Así permaneció, subiendo sin parar durante más de una hora, hasta divisar, ya al límite de sus fuerzas, un detalle que le sobresaltó.

Una ventana, similar a todas las anteriores por las que había pasado, carecía de reja. Tal vez, pensó, asomándose lateralmente, la explicación estuviera en la posición sobre el muro exterior, aproximadamente a medio metro del hueco, de una vieja campana de tamaño mediano de la que colgaba un trozo de cuerda, deshilachado en su extremo por el uso, y al que podría acceder si se inclinaba lo suficiente.

En el borde inferior de la campana y orientada hacia la ventana, pudo apreciar, no sin cierta dificultad, ilusoria a la luz de su creciente inquietud y sed de nuevos estímulos, una inscripción labrada en el metal, que llegó a comprender rápidamente y que le mantuvo extasiado durante unos minutos.

El pequeño descanso, motivado por el hallazgo de aquella novedad irrelevante en apariencia, y las sorprendentes vistas que a tal altura podía divisar, incluida la porción de suelo más cercana a la torre al carecer de obstáculos en la ventana, le aportaron la fuerza física y moral suficiente para continuar el ascenso.

A pesar de que aquella interminable escalera circular no se interrumpía al pasar junto a esta ventana tan singular, ni con otras similares que encontró más adelante, estas paradas constituyeron para él verdaderos puntos de inflexión, en los que no faltaba un manuscrito alentador, al pie de una campana cada vez más voluminosa.

El enunciado que encontraba, siempre añadía alguna novedad a los anteriores, cuya interpretación se relacionaba directamente con las posibilidades de comprensión del nuevo. Era como si dialogasen entre ellos.

Y así, subiendo y subiendo por aquella escalera, cada vez más limpia y ajena al trasiego humano, llegó a agotar todas las horas del día, en las que pudo observar, cada cinco vueltas, cómo la sombra eterna de la torre se arrastraba barriendo el horizonte. En el lado opuesto, un sol ralentizado, embrujado ante la perseverante locura de sus pies, protagonizaba el ocaso más largo de su vida...

Llegada la oscuridad más absoluta de la noche, el adiestramiento había sido tal, que aún podía caminar mejor y más rápido. Aunque llegó a temer por la posibilidad de que algún cambio estructural en el camino le hiciese tropezar y caer, o lo que él consideraba peor, que la falta de luz hiciese ininteligibles las inscripciones que iba encontrando a su paso, se sorprendió al descubrir que éstas, emanaban luz por sí mismas, y le otorgaban la valentía suficiente para seguir caminando... incluso a ciegas.

Al amanecer, cuando las sombras aún se esparcían por igual en todo el cementerio, y ante la absoluta indiferencia de sus piernas que seguían con su trabajo, pudo apreciar tras una reja, con una mirada acertada y fugaz, la figura lejana del enterrador ocupado en sus labores junto a una carreta.

Muy pronto, la oscuridad se cobijaría bajo el amparo de la torre, para comenzar a desfilar por toda aquella extensión de terreno, de izquierda a derecha. A estas alturas, aquel extraño campanario, una apreciada intuición y su propio esfuerzo, le habían aportado justo lo imprescindible para continuar allí y seguir subiendo...

Superó tantos escalones como reproches podía tolerar la solidez de sus principios, y una vez más, colmado de ilusión, se asomó lateralmente por otro hueco de ventana. En la base de una enorme campana cogada de una robusta viga de madera por el exterior del muro, fue a toparse con una inscripción que, por primera vez, no alcanzaba a comprender.

-No es para mí- pensó.

En aquel momento, los cimientos sobre los que sustentaba su gozo, cayeron como una torre de naipes, y permaneció cabizbajo y reflexivo, en un intenso enfrentamiento consigo mismo.

Al cabo de un buen rato de permanecer allí, inmóvil, y ante su asombro, una alegría inigualable que sólo él podría describir, inundó su ser. Afortunadamente descubrió, que la sinrazón de aquellas palabras inconexas constituían la última pieza que faltaba en el puzzle de su propio entendimiento, y éste, en su conjunto, obró el milagro...

Un toque grave y pausado de campana resonó en varias millas a la redonda.

Aunque queda abierto a la interpretación del lector en qué instante de este relato la vida habitó el cuerpo de este individuo y en qué momento lo abandonó, he de decir que tardó nada menos que un minuto en llegar al suelo, y que el golpe resultó notable entre los suyos y, por su virulencia, digno de ser recordado.

Fue el propio sonido del impacto el que acabó con el descanso de dos bueyes que, atados a una carreta y adiestrados para la ocasión, sólo tuvieron que andar unos pasos para situarse junto al desconcierto de aquel organismo inerte. Con total indiferencia y con el mismo trato que le hubiese dado en vida, el enterrador tomó el cuerpo y lo arrastró hasta la carreta.

Aquel tipo desconocido, de astutos andares curvos, aunque rectos en apariencia, aún tenía por delante un buen trecho que caminar por la alfombra oscura, hasta llegar a su destino. Bajo un sol de justicia, y al pie de una fosa cavada en el crepúsculo de la mañana, aguardaba ya una multitud que había sido atraída por el toque funerario.

Pronto llegaría el enterrador... y la interminable sombra.

Una vez iniciada la marcha y tras acuciar a golpe de vara a uno de los bueyes, dirigió la mirada hacia atrás. Con una sonrisa burlona y exhibiendo unos ojos extremadamente claros, casi blancos, pudo leer aún a cierta distancia y en la penumbra, una frase tallada en piedra, sobre el hueco de acceso a la torre.

Traducida desde la oscuridad, decía lo siguiente:

"El hombre muere cuando más sabe"


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