viernes, 27 de noviembre de 2009

El domador de estrellas

Higos brevales - Sendero desde El Bosque a Benamahoma

El silbido estridente de un tren de cercanías le despertó al alba.

En un salto, tuvo la destreza de tomar el desayuno, asearse y engalanar su aspecto. Le sobró tiempo incluso para leer el periódico, pero en su ausencia, prefirió dedicarlo a retirar los cartones que le habían servido de refugio en un hueco lateral de la estación, y a los que sin duda, debía la vida. En una noche helada como la que había sido, el fuego no quema, y las serpientes aprovechan para desprenderse de su piel, soldada a las piedras.

Sólo le bastó dar unos pasos para situarse junto al vagón de cola, adonde acudían presurosos un sin fin de individuos colmados de aspiraciones, para fulminar el vacío de sus asientos tapizados.

Como en un alistamiento, enfilaban el angosto acceso a aquella máquina.

Estaban todos: el comerciante encorbatado, la maestra de gafas afiladas, el joven avispado, el mentón del concejal, una exposición de besos a cuatro patas y el loro enjaulado de la falsa viuda. Vestida de extravagantes joyas, exhibía su rostro fruncido y barnizado por capas, en el que hubiera podido leerse el número de primaveras yermas, mejor aún, que sobre el tronco cortado de un árbol.

Desde la otra punta del andén, le entretuvo el ritual protocolario del maquinista antes de entrar en la cabina. Tirando el cigarrillo primero y ajustándose la gorra después, finalizaba el proceso animándole a ocupar asiento; invitación que rehusó con un breve ademán agradecido.

Un traspié de la mujer de los anillos, última de la fila, la hizo abalanzarse sobre el pasillo del vagón. Su jaula, convertida hábilmente en bastón, logró evitar una aparatosa caída (pero no al pobre animal…).

Las puertas se cerraron.

Desde fuera del tren, y a través de cristales ahumados, pudo ver el semblante impaciente e inconcluso de los pasajeros, otra docena más de besos, y el afán desmedido del loro, devolviendo al depósito alimentador los granos desparramados por el piso de la jaula, una vez que ésta descansaba ya segura sobre la falda de su propietaria.

Simultáneamente a todo esto, sólo él podía contemplar cómo el sol comenzaba a trepar entre álamos rosados de hojas inquietas, y cómo la hermosa algarabía de un coro de jilgueros, había tomado ya el relevo del canto pausado y a capella de una pareja de búhos…

… pero vayamos al grano.

Aunque la intención acumulada en el interior de los vagones hubiese bastado para mover el tren, la máquina rugió, y un pitido fino y prolongado avisó de la inminente salida de aquel contenedor de propósitos.

Huyendo de sí mismo, se perdió en el horizonte.

Ante sus ojos solitarios, ahora se mostraba sobre la vía la profundidad del bosque, el vacío auténtico, genuino, antes disfrazado de falsas carencias.

Con un primer paso en firme… se dispuso a llenarlo.

Siguiendo los rieles, caminó durante horas de extraña duración; longitud temporal indefinida entre la brevedad de cualquier dicha y el suspiro eterno del que agoniza.

Era muy consciente de la travesía que tenía por delante. Sin embargo, no pensaba en las montañas que aún había de atravesar. Tampoco le pudo la soledad del valle que se abría ante sus botas harapientas, tan útiles como apreciadas. Y ni siquiera llegó a importarle lo que hubiese allá donde alcanzaba su sombra. Su atención, se había atrincherado en cada paso. Era allí y en ningún otro lugar, donde su vida se desgranaba…

Por encima de todo… quería estar presente.

Vías y traviesas servían de diques, delimitando numerosos charcos de agua cristalina, donde saciar su sed. Procuraba esquivar la imagen de su propia envoltura allí reflejada, corteza que malvendía su bello contenido a otros, y que no estaba dispuesto a comprar a tan bajo precio…

Cuando le asaltaba el apetito, las ramas próximas de los árboles le parecían mangas estiradas de apuestos camareros, que ofrecían irresistibles higos (sólo en apariencia), un ramillete de bellotas maduras, o cualquier otro manjar que fuese de su agrado en aquel momento.

Su mente, cansada ya de severas dietas, había tenido que emigrar muy lejos, y ahora ocupaba un puesto renombrado en una prestigiosa compañía de títeres. De vez en cuando, le enviaba recuerdos, a los que él siempre contestaba con respeto… hasta tal punto era así, que iba personalmente a saludarla, en el acto.

Al llegar a la estación de destino y sobre el último tramo de la vía, pudo apreciar que, como el sol, ya acariciaba la ciudad… fiel reflejo de sí misma.

El trayecto había llegado a su fin.

Volviendo la mirada atrás, agradeció al bosque su compañía, el cual quedaba ya distante. Aquella composición inaudita de tonalidades encendidas, parecía sonrojarse, para luego sumirse en la oscuridad más estéril…

Fue su agotamiento, el único responsable de la existencia tras de sí de una banqueta de madera, sobre la que tomaron asiento él, y su soledad. Aún pasaría un buen rato allí antes de acostarse. Transcurrida la noche entre cartones, volvería una vez más sobre sus pasos.

Llevándose la mano al pecho, extrajo del bolsillo de su chaqueta la única y más preciada de sus posesiones después de su indumentaria: un pequeño caramelo enrollado en papel añejo con figuras ilegibles, regalo de su infancia, y que no había sido nunca desenvuelto.

La aparente irrelevancia del camino recorrido, sumada a la posible incomprensión hacia lo que aquel amuleto absurdo podría significar, sólo puede traducirse en la más absoluta incredulidad ante lo que aún quedaba por acontecer…

Con la mano entreabierta y la mirada fija en el cielo ya oscurecido, divisó a toda una eternidad de estrellas dirigirse hacia el cenit…

…venían a él, a pedirle un deseo.


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viernes, 20 de noviembre de 2009

Ira incomprendida (Reposición)

Atardecer en Medina Sidonia

¿Dónde estás cuando el fuego abrasa el horizonte?
¿Cuántas miradas bastan cada día para apaciguar su ira,
creciente como la ceguera?
¿Cuándo dejarás que sea éste, el ocaso de tu mirada...?

viernes, 13 de noviembre de 2009

Tejidos mentales (Reposición)


Corta el primer hilo, el más robusto y protegido y tira de él, verás toda una maraña que envuelve tu pensamiento y asfixia tu presente.

Corta el segundo, para comprender cómo se elabora ese entramado con tira-aflojas ajenos e incontrolados, siempre lejos de tu voluntad.

Tu tejedora no cesa de fabricar ese tejido que tan poco te agrada...

Identifica, corta y controla.

Identifica, corta y controla.

Identifica, corta y controla.

Identifica, corta y controla.

Identifica, corta y controla.

No abandones el presente.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Verdadera riqueza (Reposición)

En la cima del monte Picacho (Alcalá de los Gazules)

Dejad que proclamen sus riquezas aquellos que, afinados sobre cáscaras de hormigón y sin presente alguno, se afanan por sustituir "ceros" por "unos" en el disco duro de alguna entidad bancaria, que yo seré, en estos parajes solitarios y mientras viva, el hombre más rico del mundo.

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