jueves, 6 de marzo de 2014

El último sueño (I)

Es ahora cuando los tonos verdes de la hojarasca se tornan a veces dorados, a veces plateados. La brisa ya no es tal, y todo en el bosque parece aquietarse, a excepción del camino.
-No sé cuándo, pero en algún momento, la naturaleza cósmica que conocemos debió perder su soledad para ser conocida.
-¿Cómo dices, hijo?
-Como amalgama que soy, de materia y ego, sólo puedo errar menos.
El padre le mira atentamente. Espera oír más para entender algo. O al menos algo, 
acerca de qué es lo que le ocurre a su primogénito.
-Tengo un grano, papá.
Con un gesto común, parece escuchar algo racional.
-¿Dónde está ese grano? -le pregunta.
-Aquí -responde el niño, señalando su cabeza con el dedo.
El hombre se agacha para observar.
-No veo nada, hijo.
-Lo sé.
-Entonces, ¿por qué dices que tienes un grano en la cabeza?
-No he dicho que tenga un grano en la cabeza.
-Mmm... vale -responde con una media sonrisa. Siguen caminando. El día traspasa su mejoría de la muerte. La luz se eleva ligeramente tras el ocaso, en la tangencialidad anaranjada de varios cumulonimbos, justo antes de caer en picado.
Varios pasos más adelante, el niño prosigue.
-Es la cabeza la que está alrededor del grano, papi.
-¿Cómo? Ahí dentro está el cerebro, la masa gris.
-Puedes llamarlo como quieras, papá, pero no deja de ser la frontera entre el ego y la materia. Batalla encarnizada por la duplicidad o simplicidad del conocimiento. Es pura infección en el cosmos. Es pus.
-Eh...
Llegan a casa.
Dentro, el padre sentaría a su hijo durante una hora larga en una silla, para que también su madre oyera aquello, y mucho más.

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