viernes, 26 de noviembre de 2010

Embudo temporal


No sabía cómo había podido llegar hasta allí, pero allí estaba.

A pesar de todo, su condición de hormiga no le permitía plantearse a fondo este tipo de cuestiones, tal vez a cambio de una incomprensible aptitud hacia ciertas proezas, a juzgar por seres de excelente raciocinio, do los hubiera.

Junto a un puñado de tierra blanca de granos bien definidos, había quedado encerrada en la cavidad inferior de un reloj de arena.

Incansablemente, sobre aquella superficie ‘innovadora’ y movediza, escudriñaba cada rincón en busca de una salida, y bien podría decirse que no sería el paso del tiempo lo que acabaría con toda su vitalidad, sino su dolorosa percepción del mismo: golpeada por su futuro inmediato, una lluvia feroz de piedras redondeadas, tan perseverante como ella, le provocaba dolor, al tiempo que la impulsaba con tesón hacia los límites de su celda.

Lo había probado todo, o casi todo, sin éxito alguno. Unas veces, trepando estoicamente por el montículo, creciente en altura y sufrimiento; otras, dejándose enterrar en su pasado, allá donde su movilidad sólo aparente la condenaba a pagar su imprudencia con intereses, hasta salir de nuevo a la superficie y reinventar su huída hacia ninguna parte.

En ocasiones, cesaba la rocosa tempestad y todo parecía aquietarse. Era entonces cuando, sin rozar siquiera el presente, lograba proyectarse hacia el futuro, mas no era sino más de lo mismo, un respiro fugaz e ilusorio en el que la bestia se vuelve para embestir de nuevo. Tras este revés, la caída se antojaba atroz, seguida nada menos que de una montaña… y vuelta al principio.

Esta historia no aportaría nada nuevo, de no ser por el prodigioso viaje que estaba a punto de emprender el insecto.

Ignorando la transparencia de su horizonte y acomodándose en la incertidumbre, ascendió por la pared cóncava de cristal siguiendo un camino espiral cada vez más inclinado. Agarrándose con firmeza a sus limitaciones, logró alcanzar el punto central en el que su vida era desgranada.

Con atención extrema hacia todo cuanto sucedía a su alrededor, el embudo se estrechó a su paso, hasta hacerse del diámetro justo de un único grano del rocoso elemento.

Su situación vital aún le exigía sortear obstáculos, pero ‘ahora’, justo en la frontera entre su pasado y su futuro, lo hacía de uno en uno. Cambiaba la trayectoria de cada piedra a su antojo e incluso era capaz, con su presencia, de detener la mismísima percepción del tiempo y el sufrimiento asociado a esta disfunción tan trascendental como desconocida.

Si bien una hormiga no precisa de ningún remedio para paliar un mal que no le acecha, la proeza de aquella criatura de rápidos andares y postura inmóvil, acompañada de cuantas cuestiones y sentimientos de inutilidad pueda suscitar tal ejercicio en semejante embudo temporal, sería a buen seguro incomprendida por determinados seres, tal vez a cambio de un extraordinario raciocinio, do los hubiera…


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viernes, 19 de noviembre de 2010

Pensar Vs Pensar-se

El tiesto y los tréboles


El sufrimiento es útil hasta que nos damos cuenta de su inutilidad.

Todo pensamiento dirigido hacia el exterior puede ser superado en eficacia
por cualquiera de los introspectivos, y estos subyacen a su vez
al pleno convencimiento de este orden de jerarquía.

Debemos ser como la planta que atraviesa el tiesto
y se aloja en él voluntariamente.

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