He de
confesar que, ante tanta soledad, llegué a sentir miedo.
Ciertamente,
aquel corredor por el que tenía la sensación de haber pasado miles de veces,
ahora me ofrecía una perspectiva inédita del lugar en el que me encontraba.
Nunca antes había observado de aquel modo las interminables hileras de puertas
dispuestas a ambos lados de un pasillo eterno, en la convergencia, allá donde
mi vista lograba alcanzar, de un punto de fuga no menos absurdo que mi entorno
más inmediato.
Tal
afinamiento de puertas blanqueadas al son de suelo y techo, bañadas por una
tenue luz de origen incierto, no dejaba espacio alguno para las paredes. Y en
todas, una alargada maneta reluciente y un cartel sobreimpreso en letras
mayúsculas: “SUEÑOS”, sobre otra inscripción algo más pequeña: “Pase sin
llamar”.
Cuando
me dí cuenta, tenía la mano cómodamente apoyada en una de las manetas. Tal vez
fue mi habitual tendencia a la observación de lo insignificante y lo absurdo,
la que me detuvo por unos instantes. Volviendo la vista atrás, tan solo tardé
un segundo en olvidar tal gesto, ante la descomunal simetría que percibí en
ambos sentidos a lo largo de aquel pasaje abisal de longitud desmedida.
Y todo
me pareció entonces familiar. Demasiado familiar.
Una
nueva actuación de mi desconfianza hacia lo ínfimo, me hizo rehusar aquella
puerta, e incluso algunas más, apenas avanzaba unos pasos. Mientras buscaba
razones reales para justificar tal desplazamiento estéril, algo me sobresaltó
en la lejanía, interrumpiendo la blanca linealidad de aquella galería
insondable. Aunque creí apreciar la presencia de una figura oscura, cuando fijé
allá mi atención, ya no estaba. –Tal vez un problema en la iluminación- pensé,
para cuestionarme acto seguido… -¿Cuánto costará mantener todo esto?
Con la
vista en el infinito, noté entonces otro parpadeo casi inapreciable, como el de
una estrella lejana. Y otro más…
De
repente, me sobresaltó la apertura de golpe de una de las puertas junto a las
que yo pasaba en aquel momento. Alguien se me avalanzó y casi me aplasta, de no
ser por mis reflejos… Curiosamente, antes de cerrar la puerta de la que
provenía, ya había abierto otra al otro lado, por la que se escurrió ipso
facto.
Aunque
todo sucedió en un segundo y casi me mata de un susto, la entrada de aquel tipo
al nuevo aposento, me permitió echar un vistazo a su interior desde fuera. El
recinto no era más ancho que su propia puerta de acceso, y al menos media
docena de individuos permanecían de pie apoyados sobre la pared izquierda, de
varios metros de profundidad. Parecían estar expectantes ante otra puerta
situada en la pared opuesta. Aunque había allí otra inscripción, tan sólo pude
distinguir lo que ponía debajo: “Espere a ser llamado.”
La
puerta se cerró y la tranquilidad regresó a aquel pasadizo inmundo y solitario.
No recuerdo mucho más, salvo que aún caminé junto a un centenar de puertas, con
la mirada hundida en el continuo parpadeo provocado por el tránsito fugaz de
aquellos seres extraños de presencia infinitesimal.
Justo
antes de despertarme el estridente motor de uno de los lujosos yates que
transitan por estas aguas, creo que terminé por entrar en una de aquellas
extrañas habitaciones…
Recostado
acá a la sombra en esta confortable tumbona, y en el merecido disfrute de una
de las mejores playas del planeta, aún tengo tiempo de escribir estas líneas
antes de reunirme con la comitiva en el hotel para presentar mi nuevo proyecto.
Esta noche me arrimaré de nuevo al mar, para festejar el éxito echando unas
copas en el chiringuito de aquí al lado con esos jóvenes, y jóvenas…
Mi
trayectoria promete, nunca estuve tan seguro.
La
vida es bella.