Negatividad Vs Optimismo

Caminaba sin descanso, pero no hacía más que arrastrar con él un cruce de caminos.
A cada paso, se abrían a ambos lados interminables senderos ocultos a sus ojos, pero con destinos definidos. Aunque no hacía más que elegir una y otra vez entre aquellas dos rutas acompañantes, ni siquiera lo sabía.
Tenía la sensación de tener frente a él un paisaje laberíntico plagado de éxitos y fracasos, y la posibilidad de acometer entre un millón, la travesía más certera en la que trazar “su camino recto”.
En su memoria danzaban innumerables historias, personas y lugares, a los que responsabilizaba a menudo de sus antagónicas sensaciones y estados de ánimo. Mas estos recuerdos, no eran más que simple vegetación, sembrada en la disyuntiva de ambos senderos, los únicos entre los que discurría su vida.
Aunque sus genes habían definido de antemano la curvatura de sus andares, aún tenía la opción de sentarse entre unas piedras, al borde del cruce surgido en cada paso, y hacer uso consciente de su hasta entonces ignorada potestad en la elección:
Según fuera éste o aquel el lugar elegido bajo sus pies, los mismos arbustos, acariciados siempre por el mismo sol, podían regalarle la más hermosa difracción de la luz, o condenarle a la más lúgubre de las sombras…
A cada paso, se abrían a ambos lados interminables senderos ocultos a sus ojos, pero con destinos definidos. Aunque no hacía más que elegir una y otra vez entre aquellas dos rutas acompañantes, ni siquiera lo sabía.
Tenía la sensación de tener frente a él un paisaje laberíntico plagado de éxitos y fracasos, y la posibilidad de acometer entre un millón, la travesía más certera en la que trazar “su camino recto”.
En su memoria danzaban innumerables historias, personas y lugares, a los que responsabilizaba a menudo de sus antagónicas sensaciones y estados de ánimo. Mas estos recuerdos, no eran más que simple vegetación, sembrada en la disyuntiva de ambos senderos, los únicos entre los que discurría su vida.
Aunque sus genes habían definido de antemano la curvatura de sus andares, aún tenía la opción de sentarse entre unas piedras, al borde del cruce surgido en cada paso, y hacer uso consciente de su hasta entonces ignorada potestad en la elección:
Según fuera éste o aquel el lugar elegido bajo sus pies, los mismos arbustos, acariciados siempre por el mismo sol, podían regalarle la más hermosa difracción de la luz, o condenarle a la más lúgubre de las sombras…