El crepúsculo (Salinas de San Fernando)Se había decidido por fin a abandonar aquel espacio reducido y polvoriento.
Conocía con exactitud todos y cada una de las columnas blancas que se alzaban en varios niveles y que cubrían casi en su totalidad uno de los laterales de aquel solitario habitáculo.
Desde el lugar donde se encontraba, podía contemplar muy bien la vacuidad del plano opuesto. Su cercanía, explicaba la extenuación al que le habían llevado los repetidos cambios de dirección de sus últimos desplazamientos.
Con una velocidad prodigiosa, giró su cuerpo justo lo suficiente para alinearse con los últimos rayos de sol que penetraban por el vértice superior de un hueco practicado en el lateral estrecho; hueco, que un día antes había permitido su entrada a un nuevo mundo rectilíneo y que ahora le ofrecía, por segunda vez, la posibilidad de contemplar multiplicada por mil y como si de una exposición de gradientes dinámicos de color se tratase, la belleza de aquel ocaso, sobre hileras de espejos plateados y montañas de sal.
Justo cuando el penúltimo rayo abandonó el último fotograma de su colmena visual, dió media vuelta tan rápidamente, que aún pudo apreciar la agonía del último hilo de su propia sombra. Sin duda alguna esta vez, una hora más tarde, hubiera sido capaz en total ausencia de luz, de entrar y salir sin percance alguno de todos aquellos agujeros de borde brillante al pie de cada columna, en cuyo interior, entre cantos de papel amarillo, había estado sembrando su propia descendencia.
Pero ya estaba decidido.
Con un movimiento casi inapreciable como de estremecimiento, pareció menguar a la posición de salida y acto seguido, se lanzó al vacío.
Una vez alcanzado en línea recta su objetivo: un fino halo vertical resplandeciente, otrora grueso a merced de las corrientes de aire, ya había descendido lo justo para situarse a media altura y... con un quiebro en firme, sólo faltó el trazo de media elipse cuasi perfecta para hallarse fuera.
Abandonado ya el hastío de lo conocido, sobrevoló con lentitud un prolongado y claro recinto sobreiluminado y siempre rectangular, para acceder a otro, mucho más espacioso y cúbico, donde la luz se repartía de forma desigual entre alargados focos deslumbrantes desde lo alto y algunas imágenes dinámicas estampadas a un lado, que captaban la atención de ciertos seres enormes y extremadamente torpes de movimiento. El lado opuesto, a sus espaldas y carente de objetos, mostraba un generoso hueco al exterior que había estado aportándoles luz, sólo eso, y ahora, convertido en crepúsculo, ya no contaba para ellos.
Nada más entrar, fijó su atención en un punto vacío, céntrico, equidistante de todo cuanto allí había y una vez más, con decisión, se dispuso a alcanzarlo.
Aproximarse a aquel lugar imaginario, le aportaba seguridad, al tiempo que lograba disipar toda la incertidumbre e inquietud acumuladas durante la nueva travesía. Lo cruzó con la exactitud de un relojero, percatándose poco más allá de que empezaba a alejarse y entonces, retrocedió bruscamente.
Así se mantuvo. Zigzagueaba sobre el plano ecuatorial de aquella sala,... siempre buscando el centro.
Los nuevos olores y la variedad de formas percibidas, conseguían distraer progresivamente su atención y alterar sus vaivenes, haciéndolos cada vez más prolongados y periféricos. Parecía incluso mostrar la apariencia de estar firmando su destino... De ser cuantificable, hubiera podido demostrarse la asombrosa proporcionalidad directa entre lo que distaba de aquel punto céntrico virtual y el irrefrenable deseo hacia lo desconocido, así como la proporcionalidad inversa entre éstos, y la ya diluida sensación de paz y seguridad, derramada en cada nuevo estímulo.
Y así, embriagada por aquella atmósfera pintoresca que era ya reconocida a escasa distancia entre numerosos torbellinos y piruetas varias, se dejó caer, no sin cautela, sobre una superficie a primera vista curva y heterogénea, que al instante resultó transitable y porosa, después cálida y apetecible, y finalmente... salada.
El éxtasis duró sólo un segundo.
La leve inclinación percibida bajo uno de sus apoyos traseros, cambió drásticamente su proyecto vital, centrado ahora en un único objetivo: la huída. Con cierta urgencia exagerada preparó la posición y levantó el vuelo. A escasa distancia pero a salvo, pudo observar la ejecución completa de la amenaza anunciada: una sacudida de velocidad ilusoria con que aquella protuberancia exquisita pero hostil, le mostraba su rechazo y abandonaba su posición original, arrastrando una oscura y enorme plataforma rectangular y perdiéndose con ella más allá de lo relevante.
En su lugar, quedaba al descubierto una porción considerable de otra planicie mucho más extensa y brillante, sobre la que se apoyaban algunos objetos muy atractivos, los cuales habían sido en número y tamaño suficientes, como para hacerla inapreciable justo hasta ese momento.
Con su firmeza habitual, descendió para analizarlos y... mientras avanzaba a pasos entrecortados, ocurrió...
Una sombra repentina desde atrás le impulsó a retomar el vuelo hacia delante, pero esta vez la urgencia era tal, que tuvo que omitir ese movimiento reflejo imprescindible para tomar velocidad. Tras un salto en oblicuo y mientras conseguía elevarse a duras penas, se percató al fin de lo que, irremediablemente, ya tenía encima....... mmmm......
......cabalgata de imágenes......
......silencio......
......inclinación......
......vértigo......
......y otro golpe, mucho más tenue y lejano, ya casi inapreciable, para acabar allí afuera, en la soledad de su última percepción:
Mientras un manto rojizo seguido por otro sin color iba cubriendo de un lado a otro y cariñosamente su múltiple exposición visual, se ancló allí, en el último fotograma, refugio de su vida, para recrearse por última vez en la majestuosidad de aquel crepúsculo, sobre hileras de espejos plateados y montañas de sal.
Ahora el centro...... ocupaba su lugar.