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jueves, 6 de marzo de 2014

El último sueño (I)

Es ahora cuando los tonos verdes de la hojarasca se tornan a veces dorados, a veces plateados. La brisa ya no es tal, y todo en el bosque parece aquietarse, a excepción del camino.
-No sé cuándo, pero en algún momento, la naturaleza cósmica que conocemos debió perder su soledad para ser conocida.
-¿Cómo dices, hijo?
-Como amalgama que soy, de materia y ego, sólo puedo errar menos.
El padre le mira atentamente. Espera oír más para entender algo. O al menos algo, 
acerca de qué es lo que le ocurre a su primogénito.
-Tengo un grano, papá.
Con un gesto común, parece escuchar algo racional.
-¿Dónde está ese grano? -le pregunta.
-Aquí -responde el niño, señalando su cabeza con el dedo.
El hombre se agacha para observar.
-No veo nada, hijo.
-Lo sé.
-Entonces, ¿por qué dices que tienes un grano en la cabeza?
-No he dicho que tenga un grano en la cabeza.
-Mmm... vale -responde con una media sonrisa. Siguen caminando. El día traspasa su mejoría de la muerte. La luz se eleva ligeramente tras el ocaso, en la tangencialidad anaranjada de varios cumulonimbos, justo antes de caer en picado.
Varios pasos más adelante, el niño prosigue.
-Es la cabeza la que está alrededor del grano, papi.
-¿Cómo? Ahí dentro está el cerebro, la masa gris.
-Puedes llamarlo como quieras, papá, pero no deja de ser la frontera entre el ego y la materia. Batalla encarnizada por la duplicidad o simplicidad del conocimiento. Es pura infección en el cosmos. Es pus.
-Eh...
Llegan a casa.
Dentro, el padre sentaría a su hijo durante una hora larga en una silla, para que también su madre oyera aquello, y mucho más.

viernes, 19 de abril de 2013

El ocaso de los dioses


La multitud le esperaba fuera.

Sólo tenía que subir una pequeña escalinata para alcanzar la tarima. Una vez arriba, podrían enfocarle un centenar de cámaras y su rostro sería difundido hasta el último rincón del planeta. El reconocimiento que le aguardaba, prometía ser apoteósico, e incluso difícilmente igualable entre los recordados desde que el hombre es hombre.

Subiendo con parsimonia cada uno de los escalones, llegó a medir con exactitud la distancia que le separaba del más osado y laborioso de los sueños. Un sueño como ninguno, por el que se había dejado la piel, y cuyo éxito y fracaso dependían ahora de centímetros...

Justo en el momento en que un paso más hubiese hecho añicos su anonimato, se detuvo.

-Ya está cumplido -dijo para sí.

Y tras girarse con atrevimiento hacia abajo, tal y como baja el sol en el ocaso, se marchó por donde había venido.

lunes, 1 de abril de 2013

La hora de las medusas



Eran las 2:52 cuando algo le despertó. 

Diversos asuntos le habían mantenido en constante diálogo con la almohada hasta hacía muy poco, como de costumbre. Tal vez por eso, decir que despertó no sería del todo correcto. Sus ojos quedaron entreabiertos, en dirección al enorme despertador que tenía delante de sí, sobre la mesita de noche. Sus sueños recién estrenados, seguían su curso, aunque ahora tuviesen que acomodarse a la percepción visual de dos extrañas figuras contrapuestas, conformadas por tres dígitos en la pantalla de aquel aparato.

De nuevo, algo le sobresaltó. Se percató entonces de que había sido un grito y que provenía de la habitación de su hijo.

-¡Papá! -oyó con más claridad, por tercera vez.

Se incorporó de golpe casi sin darse cuenta y, tambaleándose en la penumbra, acudió adonde estaba el niño.

-¿Qué pasa hijo? -articuló con dificultad.

-No puedo dormir, papá.

-¿Ehh..? -volvió a preguntarle. Trataba de comprender lo que había oído, con la mirada fija en la pared, sobre el cabecero de su cama.

-¡Papá!... ¡No puedo dormir! -le repitió.

Pero su padre vagaba errante sobre el picado azul de la pared, cual marino que otea la profundidad del océano, asomado a la escotilla tras el ocaso. El destello de las extrañas figuras aún perduraba en sus retinas, navegando indemne sobre las aguas...

-¿Me estás escuchando? -la desesperación del niño crecía por momentos.

Con la mirada perdida, el hombre bajó ligeramente la cabeza para contestarle con otra pregunta.

-¿Quieres ser feliz, hijo?

-¿Cómo? -se extrañó el chiquillo-. Claro que quiero ser feliz... ¿a qué viene eso? Lo que te digo es que no puedo dormir, ¡por más que quiero!

Arrimó su rostro sonámbulo a los ojos del niño. E incluso llegó a asustarle con su mirada inconexa, mientras continuaba exhalando aquel diálogo inverosímil...

-Entonces... hay corrientes inversas y... hay mar de fondo. Debes verlo cuando ocurra... sólo verlo -sententenció, con voz ronca y entrecortada.

El niño apartó la mirada. Tratando de sacar algo en claro, se volvió hacia el otro lado de la cama.

El hombre también se giró, para volver lentamente hacia su habitación. Paso a paso, fue pronunciando otra ristra de palabras, más acordes si cabe con los argumentos de su letargo...

-Si todas las medusas nadaran en la misma dirección, moverían el mundo... -concluyó, antes de acostarse.

Habían bastado tres minutos, para que los ronquidos del niño volvieran a inundar la oscuridad de aquella noche. Sólo tres, para cambiar nada menos que... el rumbo de su vida.

En cambio, el sueño de su padre se prolongó aún durante dos horas y media...

...y justo después, aquel sueño, al igual que el alba ciega las profundidades y devuelve las fieras allá por donde han venido, se perdió en la nada.

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sábado, 4 de agosto de 2012

Tránsitos



He de confesar que, ante tanta soledad, llegué a sentir miedo.

Ciertamente, aquel corredor por el que tenía la sensación de haber pasado miles de veces, ahora me ofrecía una perspectiva inédita del lugar en el que me encontraba. Nunca antes había observado de aquel modo las interminables hileras de puertas dispuestas a ambos lados de un pasillo eterno, en la convergencia, allá donde mi vista lograba alcanzar, de un punto de fuga no menos absurdo que mi entorno más inmediato.

Tal afinamiento de puertas blanqueadas al son de suelo y techo, bañadas por una tenue luz de origen incierto, no dejaba espacio alguno para las paredes. Y en todas, una alargada maneta reluciente y un cartel sobreimpreso en letras mayúsculas: “SUEÑOS”, sobre otra inscripción algo más pequeña: “Pase sin llamar”.

Cuando me dí cuenta, tenía la mano cómodamente apoyada en una de las manetas. Tal vez fue mi habitual tendencia a la observación de lo insignificante y lo absurdo, la que me detuvo por unos instantes. Volviendo la vista atrás, tan solo tardé un segundo en olvidar tal gesto, ante la descomunal simetría que percibí en ambos sentidos a lo largo de aquel pasaje abisal de longitud desmedida.

Y todo me pareció entonces familiar. Demasiado familiar.

Una nueva actuación de mi desconfianza hacia lo ínfimo, me hizo rehusar aquella puerta, e incluso algunas más, apenas avanzaba unos pasos. Mientras buscaba razones reales para justificar tal desplazamiento estéril, algo me sobresaltó en la lejanía, interrumpiendo la blanca linealidad de aquella galería insondable. Aunque creí apreciar la presencia de una figura oscura, cuando fijé allá mi atención, ya no estaba. –Tal vez un problema en la iluminación- pensé, para cuestionarme acto seguido… -¿Cuánto costará mantener todo esto?

Con la vista en el infinito, noté entonces otro parpadeo casi inapreciable, como el de una estrella lejana. Y otro más…

De repente, me sobresaltó la apertura de golpe de una de las puertas junto a las que yo pasaba en aquel momento. Alguien se me avalanzó y casi me aplasta, de no ser por mis reflejos… Curiosamente, antes de cerrar la puerta de la que provenía, ya había abierto otra al otro lado, por la que se escurrió ipso facto.

Aunque todo sucedió en un segundo y casi me mata de un susto, la entrada de aquel tipo al nuevo aposento, me permitió echar un vistazo a su interior desde fuera. El recinto no era más ancho que su propia puerta de acceso, y al menos media docena de individuos permanecían de pie apoyados sobre la pared izquierda, de varios metros de profundidad. Parecían estar expectantes ante otra puerta situada en la pared opuesta. Aunque había allí otra inscripción, tan sólo pude distinguir lo que ponía debajo: “Espere a ser llamado.”

La puerta se cerró y la tranquilidad regresó a aquel pasadizo inmundo y solitario. No recuerdo mucho más, salvo que aún caminé junto a un centenar de puertas, con la mirada hundida en el continuo parpadeo provocado por el tránsito fugaz de aquellos seres extraños de presencia infinitesimal.

Justo antes de despertarme el estridente motor de uno de los lujosos yates que transitan por estas aguas, creo que terminé por entrar en una de aquellas extrañas habitaciones…

Recostado acá a la sombra en esta confortable tumbona, y en el merecido disfrute de una de las mejores playas del planeta, aún tengo tiempo de escribir estas líneas antes de reunirme con la comitiva en el hotel para presentar mi nuevo proyecto. Esta noche me arrimaré de nuevo al mar, para festejar el éxito echando unas copas en el chiringuito de aquí al lado con esos jóvenes, y jóvenas…

Mi trayectoria promete, nunca estuve tan seguro.

La vida es bella.

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sábado, 2 de junio de 2012

Necrológica



-Comandante Arcturus llamando a Siderius XV, Comandante Arcturus a Siderius XV, respondan por favor.


El cristal de la escotilla reflejaba sólo parte de su rostro, pero fue más que suficiente para percatarse de la preocupación que le embargaba en aquel momento.

-Siderius XV, respondan por favor.- Repitió, enfrentándose a continuación al silencio más espectral que había oído jamás en un transmisor.

Al otro lado, la nave se alejaba lentamente, dejando por primera vez al descubierto el puerto de anclaje al que había estado ensamblada la cápsula de salvamento. Había entrado allí hacía escasos minutos para reparar ciertas anomalías en el sistema de guiado autónomo del módulo, y por motivos desconocidos, acababa de activarse el procedimiento de desembarque, quedando a la deriva.

-Pero… ¿qué demonios? ¿Quién ha hecho eso?- Se preguntó en voz alta, mientras se giraba veloz hacia la consola de control manual, empotrada verticalmente en la pared de la cápsula, a un lado de la escotilla.

–Que yo sepa, las rutinas de guiado no enlazan directamente con los protocolos de emergencia… Está claro que debe de haber más de un fallo en el procesador. Tenía que haberlo previsto… ¡¡diablos!!- Gritó para sí, mientras sus dedos golpeaban frenéticamente sobre un pequeño teclado en el que había puesto todas sus expectativas.

Accediendo a los controles de propulsión del módulo, y tras permanecer a la espera unos segundos, respiró profundamente al comprobar en la consola que no había restricción alguna para su uso.

-¡¡Bien!!... vamos allá. A ver… coordenadas relativas…- Levantó rápidamente la cabeza para calcular su posición, y siguió tecleando... –Cinco, dos, ocho. Azimutal, dos, nueve… ya está.- Lanzada la secuencia, quedó expectante tras el cristal a que los propulsores hiciesen lo propio para contrarrestar la distancia hasta el Siderius, visible ya en su totalidad.

Aunque llegó a percibir el giro de los motores de posicionamiento, no pudo corroborar la inversión del movimiento, ni ningún cambio significativo en la trayectoria de la cápsula.

-No puede ser… ¡no responde!- Gritó indignado, antes de volver a teclear aún más efusivamente y asomarse de nuevo al vacío con doble dosis de impaciencia. -¡Muévete de una vez! ¡¡Por el amor de Dios, Siderius, contesten!!

Mirando otra vez por la escotilla, el Siderius se mostraba colosal, alejándose en la vastedad del universo. La percepción fue tal, que por unos instantes venció la sublimidad de la imagen allá proyectada sobre la imprevisibilidad de su destino más inmediato. Por la posición de la nave, los rayos del sol incidían rasantes sobre su superficie metálica, en una sucesión de tonalidades inauditas, que reposaban amigablemente sobre la oscura espaciosidad del vacío cósmico.

Enfocando en corto la mirada, la inquietud impresa en sus facciones le devolvería de nuevo al peligro, tal vez de no contemplar nunca escenas tan bellas...  y se incorporó, cargado de ánimos.

–Tranquilo. Lo último que haré será perder la calma. A bordo deberían estar ya ultimando las maniobras para el rescate. Pronto estaré a salvo.- Pero su mente le daba una de cal y tres de arena... –Sin embargo, ¿por qué no contactan conmigo? ¿Acaso tampoco funciona el transmisor? ¿¿Cómo puede fallar todo a la vez??

En medio de la impotencia, miró a su alrededor. El módulo de emergencia era pequeño y realmente claustrofóbico. Ataviado con infinidad de artilugios colgados por medio de ganchos o sujetos con velcro a sus paredes oblicuas, bien daba la impresión de haberse usado en alguna que otra batalla encarnizada en pro de la supervivencia, por el desorden allí reunido.

-Nada de esto servirá ya, más que para prolongar mi agonía…- Se dijo, y dirigiéndose de nuevo a la abertura de cristal, volvió a contemplar la figura menguante del galeón sideral, alejándose de él despiadadamente.

Fijando su atención en la galería de mando, donde una hilera de paneles translúcidos permitía a la tripulación la observación espacial, pudo distinguir en la lejanía, la imagen de varios sujetos de batas blancas, atareados en alguna labor crítica, a juzgar por su compenetración y rapidez de movimientos. A cierta distancia, otra persona permanecía de pie. Orientada hacia su posición, parecía observarle. Detrás de esta silueta inmóvil, dos criaturas de corta edad jugaban en el suelo, entre objetos de diverso tamaño.

-¡¡Estoy aquí, por lo que más quieran!!- Gritó. Su consternación se había convertido ahora en llanto e impotencia exacerbados.

En su alejamiento del Siderius, la cápsula se había elevado ligeramente, lo que le permitía observar parte de la cubierta de la nave y su estructura multi-radial compuesta por infinitud de prismas cristalinos. La reflexión en ellos del astro rey, le recordó uno de tantos atardeceres contemplados al pie de mares revueltos, entre cuyas agitadas aguas había encontrado la paz, tan ansiada en aquellos instantes.

Y quedó así extasiado entre lágrimas durante largos minutos, ante la misteriosa travesía de un buque tan intrépido, capaz de cortar el vacío con su caprichosa existencia e ímpetu de marchar hacia delante.

De repente, en su ensimismamiento, le sobresaltó la imagen de un objeto esférico rodando sobre la cubierta de la nave, en una extensa superficie coloreada ahora de hierba fresca. Y se dejó llevar, en la apariencia de ver a unos críos, esparciendo su energía en el transcurso de carreras frenéticas. Más acá, sobre un banco de madera añeja, un anciano soltaba su bastón para sujetar cariñosamente las manos de un niño, y le susurraba algo al oído… En otro banco, era un joven quien susurraba apasionados besos a una chica, mientras una mariposa entretejía con sus alas los rayos de un sol caído, atados a la espesura de un roble, al pie del camino. Al otro lado de aquella plaza imaginaria, unos recién casados exhibían sus radiantes vestidos entre carcajadas, bajo interminables fachadas resplandecientes donde un hombre, colgado en las alturas, daba su último brochazo de color, justo antes de sumarse al tumulto.

Ahora, la mariposa reposaba inerte sobre la esbelta curvatura del bastón, apoyado en el banco… en solitario.

Observó la perfección de contornos que le ofrecían sus alas plegadas hacia el cielo. Experimentó su soledad, como nunca antes lo había hecho. Y echando de menos su sombra, proyectada en el infinito de un ocaso eterno, se completó entonces la visión de todo aquello en lo que había creído: arrastrado por la nave menguante, se perdió en la nada.

En algún lugar del universo, una sábana cubría el rostro relajado de un cadáver aún caliente.

-Hora de la muerte… veintiuna treinta y siete. Por favor, informen a su familia. ¿Saben si a su esposa la acompaña alguien más, aparte de sus hijas?

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viernes, 25 de mayo de 2012

Destino interactivo
























-¿Crees en el mal, Héctor?

Habían transcurrido treinta y siete años, doscientos diez días y ciento ochenta y dos minutos desde que nació, hasta que le formularon esta pregunta por primera vez. Héctor, no sólo conocía la respuesta que debía dar, sino también la forma de hacerlo, porque se había entrenado para ello.

Estaba mirando a la cara de su interlocutora cuando ocurrió. Justo antes y en segundo plano, se había quedado medio absorto en la profundidad azul de sus ojos, y la definición impoluta del contorno de sus párpados.

Su primera reacción fue la inactividad, durante el tiempo justo necesario para poner en marcha, al menos con ciertas garantías, el resto del protocolo establecido.

Calculando con la precisión de un relojero la trascendencia que una cuestión de esta naturaleza podría tener en el contexto de la conversación en la que se encontraba inmerso, se mostró absolutamente real, incluyendo cuantas expresiones de asombro, instrospección y duda exigía la situación en aquel momento.

 -No, por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?- Respondió.

Por dónde se fue el cauce de esta conversación y de este relato, es de total intrascendencia aquí, salvo por el hecho de que la chica lo desvió audazmente, con la mayor rapidez y contundencia.

Ciertamente, Héctor había sido un auténtico incrédulo a la hora de conceder al mal existencia propia más allá de la realidad aparente que le otorga la mera conceptualización bipolar del comportamiento humano.  Y así fue, hasta descubrir un día el cabo que le permitiera desenrollar toda la madeja… del decálogo demonológico.

Primero descubrió que esa bipolaridad conceptual que clasifica el comportamiento como bien o mal intencionado,  no tenía por qué idealizar, necesariamente, la mera noción de maldad como entidad verdadera, desligada de nuestra psique.

El día en que aceptó, frente a la hipótesis más fácil y trivial, la mera posibilidad de que no fuese sino el poder de las tinieblas el promotor de tal ensoñación, sus sentidos se abrieron al abismo más atroz. Llámese realidad o locura sensorial, sobria existencia o profundo delirio, fruto de la más descabellada enajenación mental. En cualquier caso, tal comprensión le otorgó una prodigiosa capacidad extrasensorial para percibir todo flujo de energía oscura emanada por la bestia por excelencia, en cuyas negras fauces, cualquier sombra de las conocidas sería capaz de deslumbrar al más invidente de los ciegos.

Héctor era consciente de que el propósito más inmediato de Luzbel en el mundo está casi cumplido: el de ser tomado por irreal, y acabar recluído en el variopinto mundo ilusorio de las formas mentales. Precisamente allá donde tendrá jamás el terreno presto para echar cimientos.  ¿Qué sostiene mejor el engaño, sino el falso convencimiento de no estar engañado? ¿Por qué si no, son tantos?

Sin embargo, le había descubierto un punto débil, ‘aún’ en la oscuridad: el enredo de sus logros, pagándole así con la misma moneda. ¿Acaso la mentira tiene poder alguno sobre lo falso?, ¿no adquiere significado solamente a través de la verdad?. En este cometido, no había sido suficiente con hacer suya la comprensión y más absoluta convicción acerca de este perverso propósito de Belcebú de ausentarse a las apariencias. Tampoco le bastó la excelencia a la hora de mostrar la más rotunda credibilidad en la exteriorización de su verdad invertida. Estaba además obligado a torcer sus principios voluntariamente, hasta el nivel exigido por el calibre de la amenaza en cuestión.

Sabía que Leviatán dispone de insospechadas herramientas, a cual más sofisticada y capaz, para continuar cavando allá donde quedó interrumpido el trabajo, en aras de avanzar hacia lo más profundo del pozo de tu esencia, husmeando cada rincón con el más cerril de los alientos, hasta acabar con todo atisbo represivo y sacar finalmente… no agua, sino tu alma a pedazos.

En su reiterado afán de mantenerse en guardia, había aprendido a exponerse con naturalidad a sus semejantes, o más bien, a los inquilinos de sus semejantes. Discernía con claridad cada mensaje, y actuaba en consecuencia, sin descuidar jamás al oscuro anfitrión hospedado en su propia casa.

En esta ocasión, como en casi todas, la conversación finalizó con una amable despedida y todos, absolutamente todos, se marcharon satisfechos. Tras la información obtenida, había mucho en lo que trabajar, pero al igual que ocurre de puertas para fuera, no sería la primera vez ni la última, en la que se invirtieran esfuerzos, tiempo y dinero en cantidades astronómicas, perforando en la dirección incorrecta, en busca de petróleo… donde no lo hay.

Tras echar un vistazo al fondo de la oficina, pudo divisar cómo los últimos empleados terminaban de recoger sus enseres para marcharse, salvo la chica. Imnotizada ante su pantalla, parecía leer algo que captaba de sobremanera su atención.

Héctor dió media vuelta y dirigiéndose al frente, tuvo que caminar tan sólo unos pasos para llegar al ascensor. Una vez dentro, pulsó el botón correspondiente de planta baja, once pisos más abajo, y la puerta se cerró. Una voz de autómata femenina, especialmente encantadora, avisó del inminente descenso.

“Bajando”

Aprovechando el trayecto, Héctor se había abandonado a sus recuerdos, repasando mentalmente su catálogo de éxitos y fracasos, en los que siempre llegaba a tener una segunda oportunidad para desviar la estocada de Satán, aunque, como contrapartida, con menor margen de maniobra cada vez.

-No será siempre así- Pensó, mientras clavaba sus ojos en la caída vertiginosa de los números del display.

Recordó entonces las horrendas criaturas que había tenido delante de sí, sus abominables rostros perturbados en la más absoluta desesperación, miradas sumidas en el lamento y mandíbulas desencajadas,  semblantes de dolor exacerbado y nerviosa impaciencia…

Porque Héctor… los veía.

Los discípulos de Lucifer no malgastan esfuerzos para ocultarse ante aquellos que ya los han reconocido. Apoderándose de sus miedos más íntimos, se muestran entonces bajo las formas que más impacto les causan, hasta paralizarlos por el terror.

-El ejército al que me enfrento emplearía métodos insospechados contra mí si llegase a conocer que poseo la llave de su aniquilación. Sin embargo, mi fortín es extremadamente inaccesible y resistente.- Pensó. -Mi secreto no saldrá de ahí, jamás.

Con este pensamiento motivador, sacaba fuerzas de flaqueza para proseguir su camino, cuando… ocurrió.

Esta vez, la tranquilidad le duró tan solo un segundo.

Al sonar de nuevo la voz automática del ascensor, le dio un vuelco el corazón y quedó petrificado del susto, ante lo que le decía su sentido auditivo.

“Se encuentra en la planta baja. Que tenga un buen día”

El tono de voz de la locución ya no era el de antes. De hecho, no era una voz, sino cientos de voces al unísono de enorme profundidad, denotando una maldad abisal, seguidas de un tropel de risas esquizofrénicas capaces de enloquecer a cualquier criatura que careciera incluso de oídos.

Intentando asimilar un choque de tal virulencia emocional, su rostro se inundó de luz. Un haz de rayos sanguinolentos atravesaban la ranura creciente entre las puertas del ascensor, que comenzaban a abrirse.

Mas no era luz, sino maldad proyectada desde el abismo más irracional.

Ante sus ojos, se desataba la locura de un valle descomunal extendido como alfombra hasta el infinito y que partía el horizonte en dos. Por sus hercúleas dimensiones, bien podría tratarse de un océano aquello que ocupaba la hendidura central. Allí podía apreciar entre la bruma, cómo un sin fin de restos de criaturas nauseabundas luchaban azarosas por permanecer a flote entre pestilencias. Bruma, que más bien debiera ser lamento saturado, al límite de la agonía más insoportable.

Y distinguió en la lejanía numerosas huestes que se elevaban sobre el horizonte enrojecido, cabalgando hacia él exaltadas y arrastrando, a saber qué oscura intención, desde el abismo.

Había llegado al infierno.

Tendría entonces que abrir sus entrañas y exhibir hasta la última oquedad de sus adentros para demostrar la pureza de su iniquidad. ¿Dónde habría de custodiar su más preciado tesoro, o lo que quedaba de él? ¿Cómo asegurar siquiera una brizna de llama con la que prenderse, de su propia alma?

Si no había sido él mismo quien reveló su secreto, o cuanto quiso revelar sobre él… ¿Acaso alguien…? ¿Acaso alguien……… lo había hecho?

No, por supuesto.

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domingo, 20 de mayo de 2012

Potencialmente humanos


Hacía tan sólo un minuto que había entrado en aquella sucursal bancaria y ahora se encontraba arrodillado tras una vistosa jardinera, apoyado en la pared. Con la cabeza gacha, observaba la rapidez con que la seda blanca de su camisa se tornaba oscura, al tiempo que unas gotas de sangre no podían contenerse más entre tan sutiles tejidos, y se estrellaban contra el suelo. Con una mano, sujetaba con firmeza una pequeña pistola dirigida hacia el portal de entrada y con la otra, buscaba algo en sus bolsillos, como si le fuese la vida en ello.

Un grito estremecedor de mujer se oyó tras el mostrador, seguido de varios gemidos desconsolados.

-¡¡¡ Asesinooooo !!!

Media docena de personas, entre empleados y clientes eventuales, se refugiaban allí, recostados sobre el suelo.

Un dependiente de mediana edad, agonizaba entre convulsiones, con la cabeza sobre la mesa mirando al frente y el brazo derecho estirado en diagonal hacia abajo. Acababa de recibir un disparo en la cara, justo después de alcanzar el pulsador de alarma, haciéndola sonar.

-Vaya, parece que esta vez la cosa se pone interesante.- Dijo para sí, mientras intentaba enganchar, con la punta de los dedos, una bala plateada, hallada con éxito en el fondo de su bolsillo derecho. En realidad, le sorprendió la rapidez con que el dependiente pidió ayuda y para colmo, jamás hubiese esperado la presencia casual de un policía vestido de paisano que entraba en la agencia en ese preciso instante. El agente, atrincherado en la calle junto a la puerta de entrada, había logrado alcanzarle en el abdomen, y esperaba atento una segunda oportunidad para reducir definitivamente al atracador, convertido ahora en homicida.

-¡¡¡ Asesinooooo !!!- Se oyó de nuevo entre sollozos, algo más ahogados en la resignación…

-¿Se refiere a mí, señora?- Respondió, mientras giraba la bala entre sus dedos temblorosos, buscando la orientación correcta para cargar la pistola. La bala resbaló y cayó entre sus piernas, pero no alteró en absoluto su interesado discurso.

-Pero… ¡si tendría que estarme agradecida! ¿Acaso no vió la cara de amargado que tenía su compañero? Me refiero a antes de hacerle el favor, claro… ¡jaajajaaaaa!, porque ahora… ¡¡no le renococería ni su madre!!

Tras recuperar la bala y llevarse el antebrazo al vientre, que continuaba emanando sangre a borbotones, inspiró profundamente en un gesto de lacerante dolor, para continuar difamando después.

-¿Realmente cree que su amiguito era mejor persona que yo?-  Dijo, elevando sustancialmente la voz, como el que acumula impotencia y se pone a filosofar desesperadamente.

-¡¿Piensa usted que yo no amo a la vida?!- Elevando a duras penas la bala hacia la pistola, que permanecía apoyada en la pared, prosiguió. -Gracias a mí… ¡¡¡¿¿Sabe a cuántas larvas vamos a alimentar entre él y yo a partir de mañana??!!!

El llanto de la mujer parecía ahora más intenso.

-¡¡¡Sepan ustedes que todo quedará en casa, en este hermoso universo, y que los hijos de sus hijos conservarán algo de nosotros mañana!!! ¡¡¡Alégrense!!! Después de todo… las flores les parecerán igual de hermosas… ¡¡¡¡y la mierda igual de fétida…!!!!

El policía continuaba valorando sus posiblidades.

-Sólo sois humanos en potencia, mas… ¡¡¡mucho me temo que enterraréis vuestro miedo, camuflado de humanidad, cuando enterréis vuestro cuerpo!!!

Al segundo intento, tampoco pudo colocar el proyectil en el oscuro y estrecho agujero del cargador. Este cayó de nuevo, golpeando el suelo con un estridente y repetitivo sonido metálico.

El policía, que había permanecido inmóvil desde su primer acierto, interpretó la señal como si de una tregua se tratase y adelantó inteligentemente su posición, refugiándose tras una ancha columna, ya en el interior del edificio.

-Mi hermanito me lo decía- prosiguió entonces con una voz pausada y melancólica, como si estuviese recitando apasionadamente una hermosa poesía. –Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Al fin y al cabo, nosotros, nuestras circunstancias y las circunstancias de nuestras circunstancias… ¡¡¡¡¡forman parte del Todo!!!!!- La frase acabó en un tono diabólico más temible aún que el propio arma que intentaba cargar, y dijo más…

-¡¡Al final, el pobre la palmó en el hospital sin haber disfrutado como yo!!, y todo… porque… jamás… ni él ni nadie… termina nunca de creérselo, como yo lo creo… ¡¡¡ta chaaaannn!!! Jajajaaajaaaaaaa… Ya debía yo acompañarle a estas alturas, pues me ha resultado más que rentable mi puñetera vida… Y mira que se lo dije: debes tener miedo del miedo y de la culpa… ¡¡¡y no de tu conciencia mariconaaaa!!! ¿¿¿A quién vas a temer sino al polvo que eres, osea, a ti mismo???- Entre jadeos, su respiración era ahora más que frenética y podía oirse desde lejos.

El agente asomó entonces la cabeza con rapidez para valorar la situación, dejándose ver…

-¡¡¡¿¿Pero qué haces, imbécil??!!! ¿¿Aún me temes?? A ti también te tocará morir de cáncer, postrado en una cama… ¡¡A ver si entonces tienes pelotas para sonreir como lo hago yo ahora!!

Dicho esto, estiró sus facciones, y abriendo los ojos en demasía, su rostro alcanzaba la típica expresión de asombro terminal. Sus manos se relajaron entonces, y la pistola cayó al suelo, sobre un extenso charco de sangre.

Tal vez, la bala que le mató, era idéntica a la que aún sujetaba en la mano. Y tal vez, la bala que sujetaba en la mano, era idéntica a la que acabó con la vida del otro hombre.

Tal vez, los tres proyectiles, sus circunstancias, y las circunstancias de sus circunstancias, formaban parte… del Todo.

Así lo creía, y con tal convicción, actuó.

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lunes, 4 de julio de 2011

La acusación particular



Cuando por fin puso los pies en la calle, ya había perdido la noción del tiempo, y extraviado incluso el olvido de su verdadera identidad.

– Debe ser el año más corto jamás visto – Pensó, mientras avanzaba a duras penas entre una variada muchedumbre que, aunque sólo fuese colectivamente, parecía dirigirse hacia algún sitio. Ajenos a todo en un rincón, unos niños amontonaban la poca nieve que aún podían rescatar bajo una colorida capa de papelillos de carnaval mezclados con la cera aún caliente de las procesiones, para dar forma a un gracioso muñeco de Navidad, muy bien visto por aquellas fechas.

Tras adentrarse por una ajustada callejuela pudo caminar más desahogado, aunque una colección completa de guirnaldas apenas dejaba al descubierto una porción de cielo nocturno, donde degustar siquiera alguna que otra estrella. Un pasadizo inundado por una agradable brisa que no se dejaba sentir, le condujo a una pequeña plaza, desde la que sólo tuvo que dejarse caer por un angosto callejón peatonal de un solo sentido, para llegar a su destino: “COMISARÍA Nº 7” podía leerse sobre la puerta con letras gruesas, semiocultas bajo unos coloridos macetones sin flores que colgaban del balcón superior.

Nada más entrar, encontró a un guardia sentado junto a la puerta, de aspecto rudo y a la vez relajado.

– Buenas noches, quería poner una denuncia.

Este le contestó de inmediato, sin apartar la vista de una lista interminable de nombres que envolvía toda la mesa y parecía retornar allí de nuevo después de merodear por toda la sala.

– ¿Qué le ha ocurrido?

– Me han secuestrado – Y prosiguió, esta vez ante la mirada atenta del agente.

– Me han tenido mucho tiempo encerrado, y esta misma tarde… he podido escapar.

Al menos media docena de gendarmes ocupaban este primer espacio de la comisaría en mesas adyacentes. Atareados con el fragmento de listado recibido sobre sus pupitres, se afanaban de vez en cuando en anotar algo con letras rojas en el espacio vacío, a la derecha de la columna infinita de nombres que circulaba sin descanso ante sus ojos. A juzgar por la longitud de las grafías, bien pudieran tratarse de más nombres, que debían emparejar con los primeros.

El primer guardia, después de tachar un par de líneas semivacías en la relación recibida de sus compañeros y almacenarla de forma continua en un cesto bajo la mesa, y no sin antes copiarlas al otro extremo de la ristra de papel para enviarlas de nuevo a paseo, se dispuso a reanudar el interrogatorio.

– Por favor, siéntese. Cuéntenos sobre el aspecto de sus captores con el mayor detalle, todo lo que sepa. Así podremos actuar con rapidez.

La trascendencia de un caso tan prometedor acaparaba ya toda la atención de los gendarmes más próximos, interrumpiendo sus labores. En pocos segundos, la curiosidad contagiaría al resto del personal.

– Tengo miedo… mucho miedo. Durante años, me amenazaron repetidamente con acrecentar mi sufrimiento, si en alguna ocasión lograba escapar y delatarles…

– No debe temer nada, tranquilícese. Tal vez no esté a salvo ahí afuera, pero aquí lo estará, sin duda. Por favor, cuénteme, ¿dónde le han retenido?

– Bueno… mmm… – Abriendo completamente los ojos, parecía envalentonarse – Le parecerá un tanto extraño. Durante décadas, he creído estar libre, rodeado de montañas, frondosos bosques… hermosos paisajes… pero solamente en la distancia.

– ¿Cómo dice? ¿Le han tenido secuestrado en el campo?... ¡¿Ha dicho décadas?!

Las miradas se cruzaron ingenuas entre los agentes, entretejiendo un ambiente primero sorpresivo y después, a juzgar por el aspecto normal de la víctima, con tintes festivos…

– Verá, no voy a negar que he tenido libertad de movimientos durante todo este tiempo. Le diré más bien, que sólo fue relativo. Por más que intentaba dirigirme hacia esos parajes inconmensurables que podía divisar en la lejanía, jamás logré alcanzar ninguno de ellos. Es más, finalmente pude averiguar que, en lugar de moverme yo, era siempre el suelo el que avanzaba en sentido contrario al mío – Terminó diciendo, como el que llega exhausto a la meta de un maratón, pero muerto de… no cansancio, sino vergüenza.

En total, entre los gendarmes que permanecían en sus puestos escuchando absortos, mostraban en aquel momento una veintena de dientes, bajo una media sonrisa no exenta de ironía.

La declaración continuó, y durante un largo rato fue testimoniando con todo lujo de detalles su estancia en aquel lugar cada vez más extraño. Cómo descubrió la interminable e inesperada inmovilidad a la que estuvo sometido para acabar finalmente contagiando su quietud al mismísimo suelo. De qué forma, un breve pero intenso golpe de agudeza visual que no merece ser descrito aquí, le llevó de un salto a darse de bruces contra el lejano horizonte tan anhelado…

– Un pliegue – Dijo.

En este momento, la risa, disfrazada de incredulidad y desconcierto, traspasó incluso los límites de este relato.

– Eran dibujos. Estaba rodeado de pinturas murales…

Esto último potenció lo que cada uno de los allí presentes, pensaba en aquel instante. El guardia, levantando una mano en el intento de acallar el tropel creciente de carcajadas, sólo pudo romper su propio silencio, al tomar la palabra con voz algo subida de tono y exageradamente pausada.

– Por favor, dígame. ¿Quién le hizo TODO esto? – Le preguntó, con la misma mirada compasiva con que ahora todos, por fin en silencio, le observaban. El abrupto énfasis al final de la frase, no hacía sino insinuar que a este individuo debió ocurrirle mucho más de lo que textualmente, contaba en la narración de los hechos.

Su primera respuesta fue un gesto negativo, al tiempo que bajaba vergonzosamente la cabeza. Dirigiendo después la mirada hacia una de las cintas plateadas que adornaban la sala formando olas a diferentes alturas sobre la pared, sentenció profusamente en un acto de rendición:

– He sido yo.

El suelo, se mostraba ahora vertiginoso bajo sus pies, y en sus ojos húmedos se reflejaban majestuosas montañas de picos nevados, oscurecidas a contra luz por un sol abatido que descendía solemne entre pequeños cirros anaranjados, hacia el océano. Tan sólo reflejos, en la cruel soledad de un falso mar de esperanzas que comenzaba a desbordarse sin piedad alguna por sus mejillas…


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domingo, 13 de febrero de 2011

La elección

Reflejos dorados

Sin lugar a dudas, he aprendido de la mayoría que en río revuelto es preciso dejarse llevar, y aunque el ángulo de maniobra se reduce considerablemente, aún queda margen suficiente para alcanzar alguna que otra ribera, siempre inexplorada…

Sin más útil que mis propios pies, no son pocas las piedras que encuentro a mi paso y en las que afortunadamente, consigo apoyarme. Multitud de formas rocosas que emergen de entre aguas turbulentas y que de no ser por la resistencia que ofrecen al fluir de la corriente, bien podría decirse que flotan en la superficie, ajenas a la oscura profundidad de este manantial insondable.

Después de cada salto, nace una nueva perspectiva, sin duda.

De entre todas las piedras que a mi juicio se muestran a mi alcance, fijo la atención en la más apetecible, aquella que promete más seguridad y a la vez capacidad para soportar todo el peso de mis ansias.

De estar yo en posesión de la verdad, o de creérmelo, me hubiera abalanzado sin más.

No obstante, a pesar del sonido amenazante de cascadas y traviesos torbellinos disfrazados de insatisfacciones, y la inquietante hermosura en los reflejos dorados de un sol siempre decreciente, presagio de la más absoluta oscuridad que cabalga hacia estos parajes, hago una pausa.

Buscando el motivo de mis anhelos, me pierdo un instante, a veces eterno. Pero al igual que emergen los deseos, aunque no sin dificultad, afloran también las causas, y éstas irremediablemente conducen a su tansmutación.

Aquella piedra tan deseada, perdió todo el protagonismo, todo el misterio, pues para bien o para mal, no hay magia alguna para aquel que acaba descubriendo el truco que la sustenta.

Es justo en este momento, cuando me decido firmemente a dar el salto… ¿no es eso lo que la mayoría espera de mí? ¿Podrá reprochárseme algo?

Ahora, de entre todas las opciones, es precisamente en aquella piedra donde quiero estar, contemplando así la inaudita perspectiva que me otorga un deseo desintegrado a voluntad: la piedra equivocada del camino equivocado… de la vida.

No ha sido sino la humildad, la que me reveló el verdadero valor de la desconfianza propia y de la dinámica que surge a tenor del colmo del inmovilismo: de todos los lugares posibles, el más inexplorado es siempre aquel en el que me encuentro…


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martes, 7 de diciembre de 2010

Confesiones de un miope

Sierra de Cazorla - Jaén.

Bendita ceguera confieso, miopía del mundo que habito y doble visión se me otorga: vida y situación vital… ¡qué disparate mortal, confundir la una con la otra!

Despejando voy cuantas dudas vienen, las acepto como tales… ¿qué pensabas?, como aceptar quisiera males, ventura, vida y muerte…

Horas que veo pasar, las saludo alegremente. Aferrarme a ellas no quiero, ni incendiar su marcha. Amigas de mis pupilas, amigas de mi alma…

Secuestrado en cavilaciones, les dirijo la mirada. Como luz crepuscular que el atardecer quiebra, observadas no resisten, se disuelven en la nada.

Diálogos de mi mente, intenciones para conmigo, sentimientos que derraman, cómo ella los devora y de argumentos se engrandece… que a todos me suscribo. Mas la presa se volvió escasa, que mis ojos, a buena hora, también reclaman…

Entretanto ‘solo’ obtengo soledad y aburrimiento. Afino la vista pues y ‘solo’ con él me hallo y de soslayo… me entretengo.

Y al acabar la confesión, aún escondo una treta. Velada en la pregunta “¿y ahora qué?” una última argucia espera. Confirmada la regla pues… y silencio por respuesta.

Bendita ceguera confieso, y gran hallazgo me muestra: que viendo a ese que siempre soy, no era entonces, quien antes viera…


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viernes, 26 de noviembre de 2010

Embudo temporal


No sabía cómo había podido llegar hasta allí, pero allí estaba.

A pesar de todo, su condición de hormiga no le permitía plantearse a fondo este tipo de cuestiones, tal vez a cambio de una incomprensible aptitud hacia ciertas proezas, a juzgar por seres de excelente raciocinio, do los hubiera.

Junto a un puñado de tierra blanca de granos bien definidos, había quedado encerrada en la cavidad inferior de un reloj de arena.

Incansablemente, sobre aquella superficie ‘innovadora’ y movediza, escudriñaba cada rincón en busca de una salida, y bien podría decirse que no sería el paso del tiempo lo que acabaría con toda su vitalidad, sino su dolorosa percepción del mismo: golpeada por su futuro inmediato, una lluvia feroz de piedras redondeadas, tan perseverante como ella, le provocaba dolor, al tiempo que la impulsaba con tesón hacia los límites de su celda.

Lo había probado todo, o casi todo, sin éxito alguno. Unas veces, trepando estoicamente por el montículo, creciente en altura y sufrimiento; otras, dejándose enterrar en su pasado, allá donde su movilidad sólo aparente la condenaba a pagar su imprudencia con intereses, hasta salir de nuevo a la superficie y reinventar su huída hacia ninguna parte.

En ocasiones, cesaba la rocosa tempestad y todo parecía aquietarse. Era entonces cuando, sin rozar siquiera el presente, lograba proyectarse hacia el futuro, mas no era sino más de lo mismo, un respiro fugaz e ilusorio en el que la bestia se vuelve para embestir de nuevo. Tras este revés, la caída se antojaba atroz, seguida nada menos que de una montaña… y vuelta al principio.

Esta historia no aportaría nada nuevo, de no ser por el prodigioso viaje que estaba a punto de emprender el insecto.

Ignorando la transparencia de su horizonte y acomodándose en la incertidumbre, ascendió por la pared cóncava de cristal siguiendo un camino espiral cada vez más inclinado. Agarrándose con firmeza a sus limitaciones, logró alcanzar el punto central en el que su vida era desgranada.

Con atención extrema hacia todo cuanto sucedía a su alrededor, el embudo se estrechó a su paso, hasta hacerse del diámetro justo de un único grano del rocoso elemento.

Su situación vital aún le exigía sortear obstáculos, pero ‘ahora’, justo en la frontera entre su pasado y su futuro, lo hacía de uno en uno. Cambiaba la trayectoria de cada piedra a su antojo e incluso era capaz, con su presencia, de detener la mismísima percepción del tiempo y el sufrimiento asociado a esta disfunción tan trascendental como desconocida.

Si bien una hormiga no precisa de ningún remedio para paliar un mal que no le acecha, la proeza de aquella criatura de rápidos andares y postura inmóvil, acompañada de cuantas cuestiones y sentimientos de inutilidad pueda suscitar tal ejercicio en semejante embudo temporal, sería a buen seguro incomprendida por determinados seres, tal vez a cambio de un extraordinario raciocinio, do los hubiera…


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sábado, 11 de septiembre de 2010

Brotes de sinceridad

Fuente De (Cantabria)


¿Alguna vez habéis divisado un paisaje montañoso de picos escarpados, semiocultos entre espesas nubes de algodón, desde un lugar aún más elevado e inaccesible?

Mi casa tiene forma circular y su superficie no alcanza más allá de un metro cuadrado. Carece de paredes y techo y se sustenta por medio de un único pilar que atraviesa hacia abajo el cielo para apoyarse en la espesura, adonde jamás llegan mis ojos.

Todos mis enseres se encuentran justo en el centro de la estancia, el punto más distante del abismo que los rodea, y en cuanto a mí, suelo hacer vida en torno a ellos, en un anillo de dos cuartas de ancho como máximo.

A decir verdad, la distancia que resta hasta el borde donde acaba el suelo, me preocupa demasiado.

Afortunadamente, y a pesar de que cuanto poseo está apoderándose de una considerable porción de mi espacio vital, procuro siempre que esta franja de seguridad que me separa del vacío crezca indefinidamente, y lo consigo.

Como es lógico pensar, y dado que no puede alcanzarse todo en la vida, mis movimientos son ahora bastante más limitados, pero es indiscutible que he ganado mucho en seguridad y pertenencias, aunque haya tenido incluso que aprender a caminar de lado, como los cangrejos…

Por cierto, lo que tengo es mío… ¡ni que se hubiera levantado del cielo!

¡¡Ahh!! Se me olvidaba. Como bien he dicho, mi refugio no tiene techo ni paredes. Sin embargo, un centenar de lienzos decorados en varias millas a la redonda, cuelgan de un sinfín de pérgolas radiales sujetas al extremo del pilar que me sustenta, unos metros más arriba de mi cabeza. Por inaccesible y por lo tanto intangible, no considero esta estructura de mi propiedad, y ni tan siquiera la de mis ancestros, pero su apariencia desde abajo… ¿qué os voy a contar que no veáis?... ¡¡¡el más bello de los palacios en la más alta de las cimas!!! Ni que decir tiene que esta escasez de suelo me permite, a excepción de mi propio apoyo, contemplaros todo, absolutamente todo cuanto subyace a mí.

Gracias a la esmerada educación que me dieron, abandoné muy pronto los juegos de niños, en los que solía buscar las estrellas mirando hacia arriba (incauto), y pasaba horas al borde del precipicio, haciendo equilibrio y con la mirada perdida en algún lugar inmundo de allá abajo… ¡qué escalofríos!

En fin… tengo que dejaros… se me acumula la miseria.

Bastará como siempre con estirar el brazo con cuidado y dar unos golpecitos para introducirla aquí abajo en forma de cuña.

Creo que esta vez me dará para ganar algunos centímetros más…


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sábado, 19 de junio de 2010

Negatividad Vs Optimismo

Ventano del Diablo... y su sombra (Cuenca)

Caminaba sin descanso, pero no hacía más que arrastrar con él un cruce de caminos.

A cada paso, se abrían a ambos lados interminables senderos ocultos a sus ojos, pero con destinos definidos. Aunque no hacía más que elegir una y otra vez entre aquellas dos rutas acompañantes, ni siquiera lo sabía.

Tenía la sensación de tener frente a él un paisaje laberíntico plagado de éxitos y fracasos, y la posibilidad de acometer entre un millón, la travesía más certera en la que trazar “su camino recto”.

En su memoria danzaban innumerables historias, personas y lugares, a los que responsabilizaba a menudo de sus antagónicas sensaciones y estados de ánimo. Mas estos recuerdos, no eran más que simple vegetación, sembrada en la disyuntiva de ambos senderos, los únicos entre los que discurría su vida.

Aunque sus genes habían definido de antemano la curvatura de sus andares, aún tenía la opción de sentarse entre unas piedras, al borde del cruce surgido en cada paso, y hacer uso consciente de su hasta entonces ignorada potestad en la elección:

Según fuera éste o aquel el lugar elegido bajo sus pies, los mismos arbustos, acariciados siempre por el mismo sol, podían regalarle la más hermosa difracción de la luz, o condenarle a la más lúgubre de las sombras…


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viernes, 4 de junio de 2010

Auto-condena mental

Alimento eterno

Llevaba horas comiendo bellotas, hasta que se sorprendió a sí mismo levantando la cabeza.

El último rayo de sol atravesó sus pupilas adormecidas, no sin antes acariciar la soledad del horizonte, la inexistencia del tiempo que transcurría inerte, y la aspereza de una vieja cerca de madera que, lejos de mantenerle apartado de la grandiosidad del instante, le invitaba a formar parte de él.

Sus ojos se abrieron con avidez durante un segundo y acto seguido, se sintió juez y parte en aquella escena. Tras la desafortunada deliberación, favorable en apariencia, un veredicto ya consumado: declinar la invitación.

Sin saberlo y aún con la cabeza erguida, comenzaba a masticar otro grano más, el primero de un tropel, en la oscuridad de una noche eterna, hasta el siguiente ocaso...


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viernes, 19 de febrero de 2010

Notas de laboratorio

Entre probetas

Sobre una solución base de individualidad temporal sobradamente testeada en otros arquetipos, añadió siete gotas de atracción múltiple hacia la abundancia y lo antagónico, seguidas de un grano cristalino de moralidad potencialmente enrarecida en su propio relativismo.

Finalmente y para completar el proceso, tuvo que retirarse.

Sin apartar la vista de aquella insignificante probeta, observó expectante la inminente e imprevisible reacción del compuesto, el segundo entre los más ambiciosos y sofisticados proyectos, de magnitudes inimaginables:

la libertad humana.

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viernes, 22 de enero de 2010

Falsos perjuicios

El árbol caído

FZSSSSSSsssssssssssssss........... TOCcc.

Había oído ese sonido cinco mil veces, pero una vez más, la flecha había vuelto a desviarse. A un metro del blanco, a la derecha, hubiera podido confundirse con una de las ramas de un joven alcornoque, donde quedó clavada.

-No he podido lanzar mejor. Es imposible templar más el arco, controlar mejor la tensión en la espalda, perfeccionar la posición... no me lo explico... debería desistir... sólo una vez más- pensó, mientras se colocaba para probar de nuevo.

Con una maestría increíble y como siempre, tomó la nueva flecha (una más), apretó la empuñadura, dirigió su cabeza hacia el blanco y, con velocidad pausada y uniforme, elevó el arco...

A saber qué fué lo que ocurrió justo en aquel instante. Digo justo, porque realmente... se hizo justicia. Sea lo que fuere aquello que obró en él, le hizo anclar la flecha bajo la mandíbula, en lugar de hacerlo bajo el pómulo. Tensó, apuntó y soltó... y aunque ya no manejaba el tiro en absoluto, continuó apuntando mentalmente, hasta que la flecha llegó a su real destino (esta vez sí). Se incrustó en él, como nunca antes lo había hecho y como sin duda, seguiría haciéndolo a partir de aquel momento...

Tras unos segundos de jubilosa alegría, un crujido estrepitoso quebró el silencio. Afortunadamente, pudo percatarse con la suficiente rapidez, de que nada menos que un árbol se le venía encima, y por poco -por muy poco-, logró esquivarlo...

-¡¡¡ Válgame Dios... el alcornoque !!!-

Indudablemente, fue su terco empeño, disfrazado de cinco mil flechas, lo que llegó a talar (literalmente) aquel árbol...

...y con el árbol, gracias a su obstinada perseverancia, también se derrumbó su desacertada estructura mental de frondoso ramaje, formada por todos y cada uno de los falsos perjuicios de su estrabismo...

...acababa de medir la distancia, antes inexistente, entre su defecto visual y sus verdaderas limitaciones.


Persevera y nunca te subestimes.


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viernes, 4 de diciembre de 2009

El ojo de cristal

Patio del pozo - Alcázar de Segovia

Dicen que para resolver un problema, primero es preciso percatarse de su existencia.

En sueños, me he visto reflejado en un pozo siniestro de aguas oscuras, donde mi silueta se recorta vivamente sobre un cielo a veces grisáceo, y en ocasiones estrellado.

Es tal la desconfianza hacia todo cuanto veo, que las imperfecciones de aquella imagen, despiertan en mí serias dudas acerca de la posición que ocupa realmente mi reflejo y el lugar que ocupo yo. Buscando al verdadero culpable de esta distorsión visual, y como en un juicio justo, doy la absolución a la turbidez de las aguas, al eco del viento allí atrapado, e incluso a la razonable distancia que se interpone entre mi rostro y aquella superficie opaca, para acabar descargando toda la responsabilidad sobre mi propia percepción de la realidad y de mi esencia.

En esta fase del sueño, llevo las manos a la cara y comenzando por el izquierdo, me palpo los ojos, tanteando sigilosamente, como el que busca el arma del delito.

Ante mi asombro, descubro una dureza inesperada tras el párpado.

Armado de valor, uso una mano para abrirlo, y con la otra introduzco el dedo pulgar hasta el fondo, y luego el índice por el otro lado. Así consigo extraer una pesada esfera de cristal, que mantengo perplejo entre ambas manos.

A continuación, con un gesto despiadado, la dejo caer al pozo, mientras sigo observando allí abajo mi reflejo imperfecto, ahora más tenue y aún si cabe, más desfigurado.

Mi asombro todavía pervive cuando, superpuesta a esta imagen, percibo la visión vertiginosa de las paredes oscuras del pozo girando alocadamente, mientras el ojo de cristal avanza hacia el abismo, atraviesa el reflejo humilde de mi propia miseria, y se pierde en las profundidades inhóspitas de aquel infierno atroz.

Debe reposar ya en el fondo y mirando hacia arriba, cuando la componente dinámica de aquella doble percepción se estabiliza, dando paso a la estampa de un ojo, reflejada bajo la superficie del agua, en un escenario irregular de piedras calcáreas. Aún avanzo más hacia la locura y las dudas se multiplican, cuando llego a apreciar una tercera imagen tras las anteriores, mucho más difusa, de mi propio rostro.

¿Dónde me hallo?

¿Acaso no estoy arriba, observando mi reflejo en la superficie a través de la información que mi ‘único ojo sano’ continúa enviándome? ¿Me encuentro tal vez en el fondo, mirando mi rostro a través del agua? ¿No será que puedo ver desde allí abajo, a través de aquel ojo inerte, que también se observa a sí mismo reflejado en el aire?

Es entonces cuando mi consciencia, a punto de desfallecer, saca fuerzas de flaqueza.

Con una maestría inusual en mí, comienzo a enfocar esta superposición de diapositivas inconexas. Aunque mi única certeza sigue siendo la de habitar un mar de dudas, la imagen resultante, un poco desdoblada todavía por el primer reflejo, parece derrochar nitidez y mostrarse reveladora, sobre un cielo a veces grisáceo, y en ocasiones estrellado.

Hasta el ojo de cristal, aparece en su lugar, incrustado en mi rostro…

Cuando despierto de aquel enigmático sueño, mi agitación persiste hasta comprobar el tacto blando de mis párpados, a lo que sigue una fe ciega hacia todo cuanto veo, así como la ausencia aparente de problemas, y de cualquier duda ante lo que soy y el lugar que habito.

No obstante, hoy me embarga un deseo irrefrenable de volver al pozo oscuro. Dormiré mi consciencia a este mundo, para viajar hasta aquella perforación arcana, mausoleo de miradas, galería de lo insondable…

… y arrojar allí mis ojos cristalinos… ambos.


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viernes, 27 de noviembre de 2009

El domador de estrellas

Higos brevales - Sendero desde El Bosque a Benamahoma

El silbido estridente de un tren de cercanías le despertó al alba.

En un salto, tuvo la destreza de tomar el desayuno, asearse y engalanar su aspecto. Le sobró tiempo incluso para leer el periódico, pero en su ausencia, prefirió dedicarlo a retirar los cartones que le habían servido de refugio en un hueco lateral de la estación, y a los que sin duda, debía la vida. En una noche helada como la que había sido, el fuego no quema, y las serpientes aprovechan para desprenderse de su piel, soldada a las piedras.

Sólo le bastó dar unos pasos para situarse junto al vagón de cola, adonde acudían presurosos un sin fin de individuos colmados de aspiraciones, para fulminar el vacío de sus asientos tapizados.

Como en un alistamiento, enfilaban el angosto acceso a aquella máquina.

Estaban todos: el comerciante encorbatado, la maestra de gafas afiladas, el joven avispado, el mentón del concejal, una exposición de besos a cuatro patas y el loro enjaulado de la falsa viuda. Vestida de extravagantes joyas, exhibía su rostro fruncido y barnizado por capas, en el que hubiera podido leerse el número de primaveras yermas, mejor aún, que sobre el tronco cortado de un árbol.

Desde la otra punta del andén, le entretuvo el ritual protocolario del maquinista antes de entrar en la cabina. Tirando el cigarrillo primero y ajustándose la gorra después, finalizaba el proceso animándole a ocupar asiento; invitación que rehusó con un breve ademán agradecido.

Un traspié de la mujer de los anillos, última de la fila, la hizo abalanzarse sobre el pasillo del vagón. Su jaula, convertida hábilmente en bastón, logró evitar una aparatosa caída (pero no al pobre animal…).

Las puertas se cerraron.

Desde fuera del tren, y a través de cristales ahumados, pudo ver el semblante impaciente e inconcluso de los pasajeros, otra docena más de besos, y el afán desmedido del loro, devolviendo al depósito alimentador los granos desparramados por el piso de la jaula, una vez que ésta descansaba ya segura sobre la falda de su propietaria.

Simultáneamente a todo esto, sólo él podía contemplar cómo el sol comenzaba a trepar entre álamos rosados de hojas inquietas, y cómo la hermosa algarabía de un coro de jilgueros, había tomado ya el relevo del canto pausado y a capella de una pareja de búhos…

… pero vayamos al grano.

Aunque la intención acumulada en el interior de los vagones hubiese bastado para mover el tren, la máquina rugió, y un pitido fino y prolongado avisó de la inminente salida de aquel contenedor de propósitos.

Huyendo de sí mismo, se perdió en el horizonte.

Ante sus ojos solitarios, ahora se mostraba sobre la vía la profundidad del bosque, el vacío auténtico, genuino, antes disfrazado de falsas carencias.

Con un primer paso en firme… se dispuso a llenarlo.

Siguiendo los rieles, caminó durante horas de extraña duración; longitud temporal indefinida entre la brevedad de cualquier dicha y el suspiro eterno del que agoniza.

Era muy consciente de la travesía que tenía por delante. Sin embargo, no pensaba en las montañas que aún había de atravesar. Tampoco le pudo la soledad del valle que se abría ante sus botas harapientas, tan útiles como apreciadas. Y ni siquiera llegó a importarle lo que hubiese allá donde alcanzaba su sombra. Su atención, se había atrincherado en cada paso. Era allí y en ningún otro lugar, donde su vida se desgranaba…

Por encima de todo… quería estar presente.

Vías y traviesas servían de diques, delimitando numerosos charcos de agua cristalina, donde saciar su sed. Procuraba esquivar la imagen de su propia envoltura allí reflejada, corteza que malvendía su bello contenido a otros, y que no estaba dispuesto a comprar a tan bajo precio…

Cuando le asaltaba el apetito, las ramas próximas de los árboles le parecían mangas estiradas de apuestos camareros, que ofrecían irresistibles higos (sólo en apariencia), un ramillete de bellotas maduras, o cualquier otro manjar que fuese de su agrado en aquel momento.

Su mente, cansada ya de severas dietas, había tenido que emigrar muy lejos, y ahora ocupaba un puesto renombrado en una prestigiosa compañía de títeres. De vez en cuando, le enviaba recuerdos, a los que él siempre contestaba con respeto… hasta tal punto era así, que iba personalmente a saludarla, en el acto.

Al llegar a la estación de destino y sobre el último tramo de la vía, pudo apreciar que, como el sol, ya acariciaba la ciudad… fiel reflejo de sí misma.

El trayecto había llegado a su fin.

Volviendo la mirada atrás, agradeció al bosque su compañía, el cual quedaba ya distante. Aquella composición inaudita de tonalidades encendidas, parecía sonrojarse, para luego sumirse en la oscuridad más estéril…

Fue su agotamiento, el único responsable de la existencia tras de sí de una banqueta de madera, sobre la que tomaron asiento él, y su soledad. Aún pasaría un buen rato allí antes de acostarse. Transcurrida la noche entre cartones, volvería una vez más sobre sus pasos.

Llevándose la mano al pecho, extrajo del bolsillo de su chaqueta la única y más preciada de sus posesiones después de su indumentaria: un pequeño caramelo enrollado en papel añejo con figuras ilegibles, regalo de su infancia, y que no había sido nunca desenvuelto.

La aparente irrelevancia del camino recorrido, sumada a la posible incomprensión hacia lo que aquel amuleto absurdo podría significar, sólo puede traducirse en la más absoluta incredulidad ante lo que aún quedaba por acontecer…

Con la mano entreabierta y la mirada fija en el cielo ya oscurecido, divisó a toda una eternidad de estrellas dirigirse hacia el cenit…

…venían a él, a pedirle un deseo.


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