Patio del pozo - Alcázar de Segovia
Dicen que para resolver un problema, primero es preciso percatarse de su existencia.
En sueños, me he visto reflejado en un pozo siniestro de aguas oscuras, donde mi silueta se recorta vivamente sobre un cielo a veces grisáceo, y en ocasiones estrellado.
Es tal la desconfianza hacia todo cuanto veo, que las imperfecciones de aquella imagen, despiertan en mí serias dudas acerca de la posición que ocupa realmente mi reflejo y el lugar que ocupo yo. Buscando al verdadero culpable de esta distorsión visual, y como en un juicio justo, doy la absolución a la turbidez de las aguas, al eco del viento allí atrapado, e incluso a la razonable distancia que se interpone entre mi rostro y aquella superficie opaca, para acabar descargando toda la responsabilidad sobre mi propia percepción de la realidad y de mi esencia.
En esta fase del sueño, llevo las manos a la cara y comenzando por el izquierdo, me palpo los ojos, tanteando sigilosamente, como el que busca el arma del delito.
Ante mi asombro, descubro una dureza inesperada tras el párpado.
Armado de valor, uso una mano para abrirlo, y con la otra introduzco el dedo pulgar hasta el fondo, y luego el índice por el otro lado. Así consigo extraer una pesada esfera de cristal, que mantengo perplejo entre ambas manos.
A continuación, con un gesto despiadado, la dejo caer al pozo, mientras sigo observando allí abajo mi reflejo imperfecto, ahora más tenue y aún si cabe, más desfigurado.
Mi asombro todavía pervive cuando, superpuesta a esta imagen, percibo la visión vertiginosa de las paredes oscuras del pozo girando alocadamente, mientras el ojo de cristal avanza hacia el abismo, atraviesa el reflejo humilde de mi propia miseria, y se pierde en las profundidades inhóspitas de aquel infierno atroz.
Debe reposar ya en el fondo y mirando hacia arriba, cuando la componente dinámica de aquella doble percepción se estabiliza, dando paso a la estampa de un ojo, reflejada bajo la superficie del agua, en un escenario irregular de piedras calcáreas. Aún avanzo más hacia la locura y las dudas se multiplican, cuando llego a apreciar una tercera imagen tras las anteriores, mucho más difusa, de mi propio rostro.
¿Dónde me hallo?
¿Acaso no estoy arriba, observando mi reflejo en la superficie a través de la información que mi ‘único ojo sano’ continúa enviándome? ¿Me encuentro tal vez en el fondo, mirando mi rostro a través del agua? ¿No será que puedo ver desde allí abajo, a través de aquel ojo inerte, que también se observa a sí mismo reflejado en el aire?
Es entonces cuando mi consciencia, a punto de desfallecer, saca fuerzas de flaqueza.
Con una maestría inusual en mí, comienzo a enfocar esta superposición de diapositivas inconexas. Aunque mi única certeza sigue siendo la de habitar un mar de dudas, la imagen resultante, un poco desdoblada todavía por el primer reflejo, parece derrochar nitidez y mostrarse reveladora, sobre un cielo a veces grisáceo, y en ocasiones estrellado.
Hasta el ojo de cristal, aparece en su lugar, incrustado en mi rostro…
Cuando despierto de aquel enigmático sueño, mi agitación persiste hasta comprobar el tacto blando de mis párpados, a lo que sigue una fe ciega hacia todo cuanto veo, así como la ausencia aparente de problemas, y de cualquier duda ante lo que soy y el lugar que habito.
No obstante, hoy me embarga un deseo irrefrenable de volver al pozo oscuro. Dormiré mi consciencia a este mundo, para viajar hasta aquella perforación arcana, mausoleo de miradas, galería de lo insondable…
… y arrojar allí mis ojos cristalinos… ambos.