-Comandante Arcturus llamando a Siderius XV, Comandante
Arcturus a Siderius XV, respondan por favor.
El cristal de la escotilla reflejaba sólo parte de su
rostro, pero fue más que suficiente para percatarse de la preocupación que le
embargaba en aquel momento.
-Siderius XV, respondan por favor.- Repitió,
enfrentándose a continuación al silencio más espectral que había oído jamás en
un transmisor.
Al otro lado, la nave se alejaba lentamente, dejando
por primera vez al descubierto el puerto de anclaje al que había estado
ensamblada la cápsula de salvamento. Había entrado allí hacía escasos minutos
para reparar ciertas anomalías en el sistema de guiado autónomo del módulo, y
por motivos desconocidos, acababa de activarse el procedimiento de desembarque,
quedando a la deriva.
-Pero… ¿qué demonios? ¿Quién ha hecho eso?- Se preguntó
en voz alta, mientras se giraba veloz hacia la consola de control manual,
empotrada verticalmente en la pared de la cápsula, a un lado de la escotilla.
–Que yo sepa, las rutinas de guiado no enlazan
directamente con los protocolos de emergencia… Está claro que debe de haber más
de un fallo en el procesador. Tenía que haberlo previsto… ¡¡diablos!!- Gritó
para sí, mientras sus dedos golpeaban frenéticamente sobre un pequeño teclado
en el que había puesto todas sus expectativas.
Accediendo a los controles de propulsión del módulo, y
tras permanecer a la espera unos segundos, respiró profundamente al comprobar
en la consola que no había restricción alguna para su uso.
-¡¡Bien!!... vamos allá. A ver… coordenadas relativas…-
Levantó rápidamente la cabeza para calcular su posición, y siguió tecleando...
–Cinco, dos, ocho. Azimutal, dos, nueve… ya está.- Lanzada la secuencia, quedó
expectante tras el cristal a que los propulsores hiciesen lo propio para
contrarrestar la distancia hasta el Siderius, visible ya en su totalidad.
Aunque llegó a percibir el giro de los motores de
posicionamiento, no pudo corroborar la inversión del movimiento, ni ningún
cambio significativo en la trayectoria de la cápsula.
-No puede ser… ¡no responde!- Gritó indignado, antes de
volver a teclear aún más efusivamente y asomarse de nuevo al vacío con doble
dosis de impaciencia. -¡Muévete de una vez! ¡¡Por el amor de Dios, Siderius,
contesten!!
Mirando otra vez por la escotilla, el Siderius se
mostraba colosal, alejándose en la vastedad del universo. La percepción fue
tal, que por unos instantes venció la sublimidad de la imagen allá proyectada
sobre la imprevisibilidad de su destino más inmediato. Por la posición de la
nave, los rayos del sol incidían rasantes sobre su superficie metálica, en una
sucesión de tonalidades inauditas, que reposaban amigablemente sobre la oscura
espaciosidad del vacío cósmico.
Enfocando en corto la mirada, la inquietud impresa en
sus facciones le devolvería de nuevo al peligro, tal vez de no contemplar nunca
escenas tan bellas... y se incorporó,
cargado de ánimos.
–Tranquilo. Lo último que haré será perder la calma. A
bordo deberían estar ya ultimando las maniobras para el rescate. Pronto estaré
a salvo.- Pero su mente le daba una de cal y tres de arena... –Sin embargo,
¿por qué no contactan conmigo? ¿Acaso tampoco funciona el transmisor? ¿¿Cómo
puede fallar todo a la vez??
En medio de la impotencia, miró a su alrededor. El
módulo de emergencia era pequeño y realmente claustrofóbico. Ataviado con
infinidad de artilugios colgados por medio de ganchos o sujetos con velcro a
sus paredes oblicuas, bien daba la impresión de haberse usado en alguna que
otra batalla encarnizada en pro de la supervivencia, por el desorden allí
reunido.
-Nada de esto servirá ya, más que para prolongar mi
agonía…- Se dijo, y dirigiéndose de nuevo a la abertura de cristal, volvió a
contemplar la figura menguante del galeón sideral, alejándose de él
despiadadamente.
Fijando su atención en la galería de mando, donde una
hilera de paneles translúcidos permitía a la tripulación la observación
espacial, pudo distinguir en la lejanía, la imagen de varios sujetos de batas
blancas, atareados en alguna labor crítica, a juzgar por su compenetración y
rapidez de movimientos. A cierta distancia, otra persona permanecía de pie.
Orientada hacia su posición, parecía observarle. Detrás de esta silueta
inmóvil, dos criaturas de corta edad jugaban en el suelo, entre objetos de
diverso tamaño.
-¡¡Estoy aquí, por lo que más quieran!!- Gritó. Su
consternación se había convertido ahora en llanto e impotencia exacerbados.
En su alejamiento del Siderius, la cápsula se había
elevado ligeramente, lo que le permitía observar parte de la cubierta de la
nave y su estructura multi-radial compuesta por infinitud de prismas
cristalinos. La reflexión en ellos del astro rey, le recordó uno de tantos
atardeceres contemplados al pie de mares revueltos, entre cuyas agitadas aguas
había encontrado la paz, tan ansiada en aquellos instantes.
Y quedó así extasiado entre lágrimas durante largos
minutos, ante la misteriosa travesía de un buque tan intrépido, capaz de cortar
el vacío con su caprichosa existencia e ímpetu de marchar hacia delante.
De repente, en su ensimismamiento, le sobresaltó la
imagen de un objeto esférico rodando sobre la cubierta de la nave, en una
extensa superficie coloreada ahora de hierba fresca. Y se dejó llevar, en la
apariencia de ver a unos críos, esparciendo su energía en el transcurso de
carreras frenéticas. Más acá, sobre un banco de madera añeja, un anciano
soltaba su bastón para sujetar cariñosamente las manos de un niño, y le
susurraba algo al oído… En otro banco, era un joven quien susurraba apasionados
besos a una chica, mientras una mariposa entretejía con sus alas los rayos de
un sol caído, atados a la espesura de un roble, al pie del camino. Al otro lado
de aquella plaza imaginaria, unos recién casados exhibían sus radiantes
vestidos entre carcajadas, bajo interminables fachadas resplandecientes donde
un hombre, colgado en las alturas, daba su último brochazo de color, justo
antes de sumarse al tumulto.
Ahora, la mariposa reposaba inerte sobre la esbelta
curvatura del bastón, apoyado en el banco… en solitario.
Observó la perfección de contornos que le ofrecían sus
alas plegadas hacia el cielo. Experimentó su soledad, como nunca antes lo había
hecho. Y echando de menos su sombra, proyectada en el infinito de un ocaso
eterno, se completó entonces la visión de todo aquello en lo que había creído:
arrastrado por la nave menguante, se perdió en la nada.
En algún lugar del universo, una sábana cubría el
rostro relajado de un cadáver aún caliente.
-Hora de la muerte… veintiuna treinta y siete. Por
favor, informen a su familia. ¿Saben si a su esposa la acompaña alguien más,
aparte de sus hijas?