miércoles, 22 de agosto de 2012

Un poco más de autoconocimiento...


"Si nace un pez en su acuario y usted lo llama John, escribe un certificado de nacimiento, le cuenta sobre su historia familiar y dos minutos más tarde se lo come otro pez, eso es trágico.

Pero solamente es trágico porque usted proyectó un ser separado donde no lo había."

Eckhart Tolle - "El poder del ahora"


sábado, 4 de agosto de 2012

Tránsitos



He de confesar que, ante tanta soledad, llegué a sentir miedo.

Ciertamente, aquel corredor por el que tenía la sensación de haber pasado miles de veces, ahora me ofrecía una perspectiva inédita del lugar en el que me encontraba. Nunca antes había observado de aquel modo las interminables hileras de puertas dispuestas a ambos lados de un pasillo eterno, en la convergencia, allá donde mi vista lograba alcanzar, de un punto de fuga no menos absurdo que mi entorno más inmediato.

Tal afinamiento de puertas blanqueadas al son de suelo y techo, bañadas por una tenue luz de origen incierto, no dejaba espacio alguno para las paredes. Y en todas, una alargada maneta reluciente y un cartel sobreimpreso en letras mayúsculas: “SUEÑOS”, sobre otra inscripción algo más pequeña: “Pase sin llamar”.

Cuando me dí cuenta, tenía la mano cómodamente apoyada en una de las manetas. Tal vez fue mi habitual tendencia a la observación de lo insignificante y lo absurdo, la que me detuvo por unos instantes. Volviendo la vista atrás, tan solo tardé un segundo en olvidar tal gesto, ante la descomunal simetría que percibí en ambos sentidos a lo largo de aquel pasaje abisal de longitud desmedida.

Y todo me pareció entonces familiar. Demasiado familiar.

Una nueva actuación de mi desconfianza hacia lo ínfimo, me hizo rehusar aquella puerta, e incluso algunas más, apenas avanzaba unos pasos. Mientras buscaba razones reales para justificar tal desplazamiento estéril, algo me sobresaltó en la lejanía, interrumpiendo la blanca linealidad de aquella galería insondable. Aunque creí apreciar la presencia de una figura oscura, cuando fijé allá mi atención, ya no estaba. –Tal vez un problema en la iluminación- pensé, para cuestionarme acto seguido… -¿Cuánto costará mantener todo esto?

Con la vista en el infinito, noté entonces otro parpadeo casi inapreciable, como el de una estrella lejana. Y otro más…

De repente, me sobresaltó la apertura de golpe de una de las puertas junto a las que yo pasaba en aquel momento. Alguien se me avalanzó y casi me aplasta, de no ser por mis reflejos… Curiosamente, antes de cerrar la puerta de la que provenía, ya había abierto otra al otro lado, por la que se escurrió ipso facto.

Aunque todo sucedió en un segundo y casi me mata de un susto, la entrada de aquel tipo al nuevo aposento, me permitió echar un vistazo a su interior desde fuera. El recinto no era más ancho que su propia puerta de acceso, y al menos media docena de individuos permanecían de pie apoyados sobre la pared izquierda, de varios metros de profundidad. Parecían estar expectantes ante otra puerta situada en la pared opuesta. Aunque había allí otra inscripción, tan sólo pude distinguir lo que ponía debajo: “Espere a ser llamado.”

La puerta se cerró y la tranquilidad regresó a aquel pasadizo inmundo y solitario. No recuerdo mucho más, salvo que aún caminé junto a un centenar de puertas, con la mirada hundida en el continuo parpadeo provocado por el tránsito fugaz de aquellos seres extraños de presencia infinitesimal.

Justo antes de despertarme el estridente motor de uno de los lujosos yates que transitan por estas aguas, creo que terminé por entrar en una de aquellas extrañas habitaciones…

Recostado acá a la sombra en esta confortable tumbona, y en el merecido disfrute de una de las mejores playas del planeta, aún tengo tiempo de escribir estas líneas antes de reunirme con la comitiva en el hotel para presentar mi nuevo proyecto. Esta noche me arrimaré de nuevo al mar, para festejar el éxito echando unas copas en el chiringuito de aquí al lado con esos jóvenes, y jóvenas…

Mi trayectoria promete, nunca estuve tan seguro.

La vida es bella.

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viernes, 6 de julio de 2012

El guasón de Higgs


El único descubrimiento veraz que la ciencia puso de manifiesto hasta el momento,
fue su incapacidad para realizar hallazgos incondicionalmente invariables.

domingo, 24 de junio de 2012

Por bulerías


"No puedo creer que pueda llegar a un punto en el que esté completamente libre de mis problemas.

Tiene razón. No puede alcanzar nunca ese punto porque está ahora en él.

(...)

Use sus sentidos plenamente.

Esté donde está.

Mire a su alrededor.

Mire solamente, no interprete.

Vea la luz, las formas, los colores, las texturas.

Sea consciente del espacio que permite que todo sea.

Escuche los sonidos; no los juzgue.

Escuche el silencio que hay bajo los sonidos.

Toque algo -cualquier cosa- y sienta y reconozca su Ser.

Observe el ritmo de su respiración, sienta el aire que fluye hacia adentro y hacia fuera, sienta la energía de la vida dentro de su cuerpo.

Permita la condición de ser de todas las cosas.

Avance profundamente al Ahora.

Usted está dejando atrás el mundo mortal de la abstracción mental, del tiempo.

Usted está librándose de la mente loca que le drena la energía vital, y que está envenenando y destruyendo lentamente la Tierra.

Usted está despertando del sueño del tiempo al presente."

Eckhart Tolle - "El poder del ahora"

martes, 19 de junio de 2012

La curvatura del pensamiento


En clave mental, cualquier dirección constituye un círculo.

Para salir de la esfera de nuestra mente, es preciso trazar una línea recta en cualquier dirección... pero recta.

Un pensamiento recto es aquel que evidencia su propia falsedad.

viernes, 8 de junio de 2012

El confín de los sueños (Rep.)

Ocaso sobre el Castillo de Sancti-Petri (Chiclana de la Frontera)


Cuando creí haber despertado, me encontraba entre corales marinos de lunares bermejos, rodeado de exóticos lagartos.

Tal vez -pensé- me haya detenido en la frontera entre el sueño y la vigilia...

Aquellas prehistóricas criaturas parecían vacilar entre continuar acosándome o regresar a la balaustrada del huerto de tomateras en el que habíamos estado el día anterior, al atardecer.

El sol, sin embargo, parecía firme en la elección de su vestimenta habitual para el descenso:

Su descomunal belleza no podía ser superada, ni siquiera en sueños...

sábado, 2 de junio de 2012

Necrológica



-Comandante Arcturus llamando a Siderius XV, Comandante Arcturus a Siderius XV, respondan por favor.


El cristal de la escotilla reflejaba sólo parte de su rostro, pero fue más que suficiente para percatarse de la preocupación que le embargaba en aquel momento.

-Siderius XV, respondan por favor.- Repitió, enfrentándose a continuación al silencio más espectral que había oído jamás en un transmisor.

Al otro lado, la nave se alejaba lentamente, dejando por primera vez al descubierto el puerto de anclaje al que había estado ensamblada la cápsula de salvamento. Había entrado allí hacía escasos minutos para reparar ciertas anomalías en el sistema de guiado autónomo del módulo, y por motivos desconocidos, acababa de activarse el procedimiento de desembarque, quedando a la deriva.

-Pero… ¿qué demonios? ¿Quién ha hecho eso?- Se preguntó en voz alta, mientras se giraba veloz hacia la consola de control manual, empotrada verticalmente en la pared de la cápsula, a un lado de la escotilla.

–Que yo sepa, las rutinas de guiado no enlazan directamente con los protocolos de emergencia… Está claro que debe de haber más de un fallo en el procesador. Tenía que haberlo previsto… ¡¡diablos!!- Gritó para sí, mientras sus dedos golpeaban frenéticamente sobre un pequeño teclado en el que había puesto todas sus expectativas.

Accediendo a los controles de propulsión del módulo, y tras permanecer a la espera unos segundos, respiró profundamente al comprobar en la consola que no había restricción alguna para su uso.

-¡¡Bien!!... vamos allá. A ver… coordenadas relativas…- Levantó rápidamente la cabeza para calcular su posición, y siguió tecleando... –Cinco, dos, ocho. Azimutal, dos, nueve… ya está.- Lanzada la secuencia, quedó expectante tras el cristal a que los propulsores hiciesen lo propio para contrarrestar la distancia hasta el Siderius, visible ya en su totalidad.

Aunque llegó a percibir el giro de los motores de posicionamiento, no pudo corroborar la inversión del movimiento, ni ningún cambio significativo en la trayectoria de la cápsula.

-No puede ser… ¡no responde!- Gritó indignado, antes de volver a teclear aún más efusivamente y asomarse de nuevo al vacío con doble dosis de impaciencia. -¡Muévete de una vez! ¡¡Por el amor de Dios, Siderius, contesten!!

Mirando otra vez por la escotilla, el Siderius se mostraba colosal, alejándose en la vastedad del universo. La percepción fue tal, que por unos instantes venció la sublimidad de la imagen allá proyectada sobre la imprevisibilidad de su destino más inmediato. Por la posición de la nave, los rayos del sol incidían rasantes sobre su superficie metálica, en una sucesión de tonalidades inauditas, que reposaban amigablemente sobre la oscura espaciosidad del vacío cósmico.

Enfocando en corto la mirada, la inquietud impresa en sus facciones le devolvería de nuevo al peligro, tal vez de no contemplar nunca escenas tan bellas...  y se incorporó, cargado de ánimos.

–Tranquilo. Lo último que haré será perder la calma. A bordo deberían estar ya ultimando las maniobras para el rescate. Pronto estaré a salvo.- Pero su mente le daba una de cal y tres de arena... –Sin embargo, ¿por qué no contactan conmigo? ¿Acaso tampoco funciona el transmisor? ¿¿Cómo puede fallar todo a la vez??

En medio de la impotencia, miró a su alrededor. El módulo de emergencia era pequeño y realmente claustrofóbico. Ataviado con infinidad de artilugios colgados por medio de ganchos o sujetos con velcro a sus paredes oblicuas, bien daba la impresión de haberse usado en alguna que otra batalla encarnizada en pro de la supervivencia, por el desorden allí reunido.

-Nada de esto servirá ya, más que para prolongar mi agonía…- Se dijo, y dirigiéndose de nuevo a la abertura de cristal, volvió a contemplar la figura menguante del galeón sideral, alejándose de él despiadadamente.

Fijando su atención en la galería de mando, donde una hilera de paneles translúcidos permitía a la tripulación la observación espacial, pudo distinguir en la lejanía, la imagen de varios sujetos de batas blancas, atareados en alguna labor crítica, a juzgar por su compenetración y rapidez de movimientos. A cierta distancia, otra persona permanecía de pie. Orientada hacia su posición, parecía observarle. Detrás de esta silueta inmóvil, dos criaturas de corta edad jugaban en el suelo, entre objetos de diverso tamaño.

-¡¡Estoy aquí, por lo que más quieran!!- Gritó. Su consternación se había convertido ahora en llanto e impotencia exacerbados.

En su alejamiento del Siderius, la cápsula se había elevado ligeramente, lo que le permitía observar parte de la cubierta de la nave y su estructura multi-radial compuesta por infinitud de prismas cristalinos. La reflexión en ellos del astro rey, le recordó uno de tantos atardeceres contemplados al pie de mares revueltos, entre cuyas agitadas aguas había encontrado la paz, tan ansiada en aquellos instantes.

Y quedó así extasiado entre lágrimas durante largos minutos, ante la misteriosa travesía de un buque tan intrépido, capaz de cortar el vacío con su caprichosa existencia e ímpetu de marchar hacia delante.

De repente, en su ensimismamiento, le sobresaltó la imagen de un objeto esférico rodando sobre la cubierta de la nave, en una extensa superficie coloreada ahora de hierba fresca. Y se dejó llevar, en la apariencia de ver a unos críos, esparciendo su energía en el transcurso de carreras frenéticas. Más acá, sobre un banco de madera añeja, un anciano soltaba su bastón para sujetar cariñosamente las manos de un niño, y le susurraba algo al oído… En otro banco, era un joven quien susurraba apasionados besos a una chica, mientras una mariposa entretejía con sus alas los rayos de un sol caído, atados a la espesura de un roble, al pie del camino. Al otro lado de aquella plaza imaginaria, unos recién casados exhibían sus radiantes vestidos entre carcajadas, bajo interminables fachadas resplandecientes donde un hombre, colgado en las alturas, daba su último brochazo de color, justo antes de sumarse al tumulto.

Ahora, la mariposa reposaba inerte sobre la esbelta curvatura del bastón, apoyado en el banco… en solitario.

Observó la perfección de contornos que le ofrecían sus alas plegadas hacia el cielo. Experimentó su soledad, como nunca antes lo había hecho. Y echando de menos su sombra, proyectada en el infinito de un ocaso eterno, se completó entonces la visión de todo aquello en lo que había creído: arrastrado por la nave menguante, se perdió en la nada.

En algún lugar del universo, una sábana cubría el rostro relajado de un cadáver aún caliente.

-Hora de la muerte… veintiuna treinta y siete. Por favor, informen a su familia. ¿Saben si a su esposa la acompaña alguien más, aparte de sus hijas?

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viernes, 25 de mayo de 2012

Destino interactivo
























-¿Crees en el mal, Héctor?

Habían transcurrido treinta y siete años, doscientos diez días y ciento ochenta y dos minutos desde que nació, hasta que le formularon esta pregunta por primera vez. Héctor, no sólo conocía la respuesta que debía dar, sino también la forma de hacerlo, porque se había entrenado para ello.

Estaba mirando a la cara de su interlocutora cuando ocurrió. Justo antes y en segundo plano, se había quedado medio absorto en la profundidad azul de sus ojos, y la definición impoluta del contorno de sus párpados.

Su primera reacción fue la inactividad, durante el tiempo justo necesario para poner en marcha, al menos con ciertas garantías, el resto del protocolo establecido.

Calculando con la precisión de un relojero la trascendencia que una cuestión de esta naturaleza podría tener en el contexto de la conversación en la que se encontraba inmerso, se mostró absolutamente real, incluyendo cuantas expresiones de asombro, instrospección y duda exigía la situación en aquel momento.

 -No, por supuesto. ¿Por qué lo preguntas?- Respondió.

Por dónde se fue el cauce de esta conversación y de este relato, es de total intrascendencia aquí, salvo por el hecho de que la chica lo desvió audazmente, con la mayor rapidez y contundencia.

Ciertamente, Héctor había sido un auténtico incrédulo a la hora de conceder al mal existencia propia más allá de la realidad aparente que le otorga la mera conceptualización bipolar del comportamiento humano.  Y así fue, hasta descubrir un día el cabo que le permitiera desenrollar toda la madeja… del decálogo demonológico.

Primero descubrió que esa bipolaridad conceptual que clasifica el comportamiento como bien o mal intencionado,  no tenía por qué idealizar, necesariamente, la mera noción de maldad como entidad verdadera, desligada de nuestra psique.

El día en que aceptó, frente a la hipótesis más fácil y trivial, la mera posibilidad de que no fuese sino el poder de las tinieblas el promotor de tal ensoñación, sus sentidos se abrieron al abismo más atroz. Llámese realidad o locura sensorial, sobria existencia o profundo delirio, fruto de la más descabellada enajenación mental. En cualquier caso, tal comprensión le otorgó una prodigiosa capacidad extrasensorial para percibir todo flujo de energía oscura emanada por la bestia por excelencia, en cuyas negras fauces, cualquier sombra de las conocidas sería capaz de deslumbrar al más invidente de los ciegos.

Héctor era consciente de que el propósito más inmediato de Luzbel en el mundo está casi cumplido: el de ser tomado por irreal, y acabar recluído en el variopinto mundo ilusorio de las formas mentales. Precisamente allá donde tendrá jamás el terreno presto para echar cimientos.  ¿Qué sostiene mejor el engaño, sino el falso convencimiento de no estar engañado? ¿Por qué si no, son tantos?

Sin embargo, le había descubierto un punto débil, ‘aún’ en la oscuridad: el enredo de sus logros, pagándole así con la misma moneda. ¿Acaso la mentira tiene poder alguno sobre lo falso?, ¿no adquiere significado solamente a través de la verdad?. En este cometido, no había sido suficiente con hacer suya la comprensión y más absoluta convicción acerca de este perverso propósito de Belcebú de ausentarse a las apariencias. Tampoco le bastó la excelencia a la hora de mostrar la más rotunda credibilidad en la exteriorización de su verdad invertida. Estaba además obligado a torcer sus principios voluntariamente, hasta el nivel exigido por el calibre de la amenaza en cuestión.

Sabía que Leviatán dispone de insospechadas herramientas, a cual más sofisticada y capaz, para continuar cavando allá donde quedó interrumpido el trabajo, en aras de avanzar hacia lo más profundo del pozo de tu esencia, husmeando cada rincón con el más cerril de los alientos, hasta acabar con todo atisbo represivo y sacar finalmente… no agua, sino tu alma a pedazos.

En su reiterado afán de mantenerse en guardia, había aprendido a exponerse con naturalidad a sus semejantes, o más bien, a los inquilinos de sus semejantes. Discernía con claridad cada mensaje, y actuaba en consecuencia, sin descuidar jamás al oscuro anfitrión hospedado en su propia casa.

En esta ocasión, como en casi todas, la conversación finalizó con una amable despedida y todos, absolutamente todos, se marcharon satisfechos. Tras la información obtenida, había mucho en lo que trabajar, pero al igual que ocurre de puertas para fuera, no sería la primera vez ni la última, en la que se invirtieran esfuerzos, tiempo y dinero en cantidades astronómicas, perforando en la dirección incorrecta, en busca de petróleo… donde no lo hay.

Tras echar un vistazo al fondo de la oficina, pudo divisar cómo los últimos empleados terminaban de recoger sus enseres para marcharse, salvo la chica. Imnotizada ante su pantalla, parecía leer algo que captaba de sobremanera su atención.

Héctor dió media vuelta y dirigiéndose al frente, tuvo que caminar tan sólo unos pasos para llegar al ascensor. Una vez dentro, pulsó el botón correspondiente de planta baja, once pisos más abajo, y la puerta se cerró. Una voz de autómata femenina, especialmente encantadora, avisó del inminente descenso.

“Bajando”

Aprovechando el trayecto, Héctor se había abandonado a sus recuerdos, repasando mentalmente su catálogo de éxitos y fracasos, en los que siempre llegaba a tener una segunda oportunidad para desviar la estocada de Satán, aunque, como contrapartida, con menor margen de maniobra cada vez.

-No será siempre así- Pensó, mientras clavaba sus ojos en la caída vertiginosa de los números del display.

Recordó entonces las horrendas criaturas que había tenido delante de sí, sus abominables rostros perturbados en la más absoluta desesperación, miradas sumidas en el lamento y mandíbulas desencajadas,  semblantes de dolor exacerbado y nerviosa impaciencia…

Porque Héctor… los veía.

Los discípulos de Lucifer no malgastan esfuerzos para ocultarse ante aquellos que ya los han reconocido. Apoderándose de sus miedos más íntimos, se muestran entonces bajo las formas que más impacto les causan, hasta paralizarlos por el terror.

-El ejército al que me enfrento emplearía métodos insospechados contra mí si llegase a conocer que poseo la llave de su aniquilación. Sin embargo, mi fortín es extremadamente inaccesible y resistente.- Pensó. -Mi secreto no saldrá de ahí, jamás.

Con este pensamiento motivador, sacaba fuerzas de flaqueza para proseguir su camino, cuando… ocurrió.

Esta vez, la tranquilidad le duró tan solo un segundo.

Al sonar de nuevo la voz automática del ascensor, le dio un vuelco el corazón y quedó petrificado del susto, ante lo que le decía su sentido auditivo.

“Se encuentra en la planta baja. Que tenga un buen día”

El tono de voz de la locución ya no era el de antes. De hecho, no era una voz, sino cientos de voces al unísono de enorme profundidad, denotando una maldad abisal, seguidas de un tropel de risas esquizofrénicas capaces de enloquecer a cualquier criatura que careciera incluso de oídos.

Intentando asimilar un choque de tal virulencia emocional, su rostro se inundó de luz. Un haz de rayos sanguinolentos atravesaban la ranura creciente entre las puertas del ascensor, que comenzaban a abrirse.

Mas no era luz, sino maldad proyectada desde el abismo más irracional.

Ante sus ojos, se desataba la locura de un valle descomunal extendido como alfombra hasta el infinito y que partía el horizonte en dos. Por sus hercúleas dimensiones, bien podría tratarse de un océano aquello que ocupaba la hendidura central. Allí podía apreciar entre la bruma, cómo un sin fin de restos de criaturas nauseabundas luchaban azarosas por permanecer a flote entre pestilencias. Bruma, que más bien debiera ser lamento saturado, al límite de la agonía más insoportable.

Y distinguió en la lejanía numerosas huestes que se elevaban sobre el horizonte enrojecido, cabalgando hacia él exaltadas y arrastrando, a saber qué oscura intención, desde el abismo.

Había llegado al infierno.

Tendría entonces que abrir sus entrañas y exhibir hasta la última oquedad de sus adentros para demostrar la pureza de su iniquidad. ¿Dónde habría de custodiar su más preciado tesoro, o lo que quedaba de él? ¿Cómo asegurar siquiera una brizna de llama con la que prenderse, de su propia alma?

Si no había sido él mismo quien reveló su secreto, o cuanto quiso revelar sobre él… ¿Acaso alguien…? ¿Acaso alguien……… lo había hecho?

No, por supuesto.

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