viernes, 16 de octubre de 2009

Pienso-miento (Reposición)

Obsérvate, pero no en un espejo.

Estudia el rostro de los demás, sus gestos...

...cuando les hablas y fijan su mirada en algún sitio
mientras asienten con la cabeza, absorbidos por el pensamiento...

...cuando van solos por la calle y durante un segundo
mueven sus manos al compás de una mueca en su cara,
como si hablaran...

...cuando compran acalorados y con los ojos brillantes,
o quedan absortos ante algún anuncio publicitario...

...o imaginan lo peor de toda una eternidad futura que, aunque sin
duda es tan improbable e incontenible en cualquier momento
presente, puede ser, en un solo segundo, contenido y representado
como tal en la mente... y simultáneamente sufrido...

... o recuerdan un pasado igualmente selectivo, inexistente ahora,
e igualmente sufrible, en igual mente.

Observa cómo te miran... sin verte.

Ese eres tú.

Basta ya, de pensar... y de mentir.




Dedicado a JUGUETE MENTAL,
mi primer gran buscador.

viernes, 9 de octubre de 2009

La arruga del universo

Garganta de puerto oscuro - Ladera del monte Picacho (Alcalá de los Gazules)

...y entre montañas dicromáticas, alejado de los límites del condicionamiento, y bajo un cielo perfumado, horizontal y sobre todo, solemne, pude apreciar un pliegue de la realidad, rodeado de rúbricas de fuego:


El mundo, no sólo ha sido creado;

ha sido creado de forma

que resulte comprensible, inteligible,

y esto... es un dato a priori.


Es el Certificado del Creador.

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A mi regreso, y como en todo doblez que va y vuelve, observé un sin fin de contradicciones preestablecidas, dispuestas a contrarrestar la fortaleza demoledora pero vulnerable, de obviedades como ésta. Aunque no les dí la bienvenida, comprendí que tenían un papel muy importante en la vida, como salvaguardias de la propia libertad humana.

Y ahora, 'sólo' queda la eterna discontinuidad que esta arruga del espacio-tiempo, ha dejado en mi presente: el maravilloso efecto tardío sobre aquellas contradicciones inconscientes, inicialmente no resueltas...

viernes, 2 de octubre de 2009

Golpe de sabiduría (o La mirada albina)

Castillo de Olvera

Un vistoso ramo de flores golpeó con la fuerza precisa el féretro de aquel cadáver aún caliente, segundos antes de desaparecer bajo una espesa capa de arena. Los asistentes al sepelio, habían comenzado a retirarse tras la originalidad de las primeras paladas. Finalmente, terminaron por dejar en solitario al enterrador y a otros dos individuos que, como estacas, permanecían inmóviles al borde de la fosa, bajo una sombra interminable que se extendía hasta el infinito.

Un cruce de miradas húmedas entre ambos, colmadas de comprensión, dió luz verde a un abrazo efusivo de tal vigorosidad, que pareció ser el último, y tras mostrarse mutuamente las espaldas, tomaron caminos opuestos.

La trascendencia de este relato, llevó a nuestro nuevo protagonista a adentrarse aún más en el cementerio, hasta su centro. En este cometido, sólo tuvo que caminar hacia delante entre infinidad de sepulcros, cuya antigüedad parecía crecer varios años en cada paso. Sin salirse jamás de una franja sombreada de varios metros de ancho que le servía de guía, terminó justo a los pies de su destino: una torre de altura ilimitada, que no sólo rasgaba el suelo con su sombra, sino también el cielo, hasta el cenit.

A escasa distancia de aquella soberbia y extraña construcción, permaneció un rato inmóvil, intentando identificar bajo sus pies los restos de las tumbas milenarias que rodeaban en espiral su planta circular. Estas, ante su estupor, parecían exhalar cierto olor nauseabundo, en un suelo arenoso especialmente irregular en esta zona, donde adquiría un tono cobrizo.

Absorto ante tanto desconcierto, alzó la mirada a la torre. En su cara oscura, era incapaz de apreciar detalle alguno, salvo el leve contraste del hueco de entrada y su inminente escalera de caracol que ascendía casi desde fuera, como si cualquier desplazamiento horizontal estuviese prohibido en su interior.

Aún sin haberlo decidido, entró, y comenzó a subir...

La exagerada inclinación, tosquedad y vulgaridad en suma de aquella escalera de piedra, estuvo a punto de acabar, en pocos minutos, con toda la emoción contenida durante el acercamiento y acceso a aquella edificación tan arcaica, de no ser, por el atractivo y a la vez tétrico paisaje, que una ventana de arco en semicírculo y tupida reja cuadricular situada cada cinco cuartos de vuelta, mostraba ante sus ojos.

Aunque jamás había sentido tanta soledad como en aquel instante, pensó en el continuo flujo de personas que debía transitar habitualmente por aquella zona baja de la torre, por la infinidad de huellas que modelaban el barro atrapado en la porosidad de la piedra que pisaba.

Así permaneció, subiendo sin parar durante más de una hora, hasta divisar, ya al límite de sus fuerzas, un detalle que le sobresaltó.

Una ventana, similar a todas las anteriores por las que había pasado, carecía de reja. Tal vez, pensó, asomándose lateralmente, la explicación estuviera en la posición sobre el muro exterior, aproximadamente a medio metro del hueco, de una vieja campana de tamaño mediano de la que colgaba un trozo de cuerda, deshilachado en su extremo por el uso, y al que podría acceder si se inclinaba lo suficiente.

En el borde inferior de la campana y orientada hacia la ventana, pudo apreciar, no sin cierta dificultad, ilusoria a la luz de su creciente inquietud y sed de nuevos estímulos, una inscripción labrada en el metal, que llegó a comprender rápidamente y que le mantuvo extasiado durante unos minutos.

El pequeño descanso, motivado por el hallazgo de aquella novedad irrelevante en apariencia, y las sorprendentes vistas que a tal altura podía divisar, incluida la porción de suelo más cercana a la torre al carecer de obstáculos en la ventana, le aportaron la fuerza física y moral suficiente para continuar el ascenso.

A pesar de que aquella interminable escalera circular no se interrumpía al pasar junto a esta ventana tan singular, ni con otras similares que encontró más adelante, estas paradas constituyeron para él verdaderos puntos de inflexión, en los que no faltaba un manuscrito alentador, al pie de una campana cada vez más voluminosa.

El enunciado que encontraba, siempre añadía alguna novedad a los anteriores, cuya interpretación se relacionaba directamente con las posibilidades de comprensión del nuevo. Era como si dialogasen entre ellos.

Y así, subiendo y subiendo por aquella escalera, cada vez más limpia y ajena al trasiego humano, llegó a agotar todas las horas del día, en las que pudo observar, cada cinco vueltas, cómo la sombra eterna de la torre se arrastraba barriendo el horizonte. En el lado opuesto, un sol ralentizado, embrujado ante la perseverante locura de sus pies, protagonizaba el ocaso más largo de su vida...

Llegada la oscuridad más absoluta de la noche, el adiestramiento había sido tal, que aún podía caminar mejor y más rápido. Aunque llegó a temer por la posibilidad de que algún cambio estructural en el camino le hiciese tropezar y caer, o lo que él consideraba peor, que la falta de luz hiciese ininteligibles las inscripciones que iba encontrando a su paso, se sorprendió al descubrir que éstas, emanaban luz por sí mismas, y le otorgaban la valentía suficiente para seguir caminando... incluso a ciegas.

Al amanecer, cuando las sombras aún se esparcían por igual en todo el cementerio, y ante la absoluta indiferencia de sus piernas que seguían con su trabajo, pudo apreciar tras una reja, con una mirada acertada y fugaz, la figura lejana del enterrador ocupado en sus labores junto a una carreta.

Muy pronto, la oscuridad se cobijaría bajo el amparo de la torre, para comenzar a desfilar por toda aquella extensión de terreno, de izquierda a derecha. A estas alturas, aquel extraño campanario, una apreciada intuición y su propio esfuerzo, le habían aportado justo lo imprescindible para continuar allí y seguir subiendo...

Superó tantos escalones como reproches podía tolerar la solidez de sus principios, y una vez más, colmado de ilusión, se asomó lateralmente por otro hueco de ventana. En la base de una enorme campana cogada de una robusta viga de madera por el exterior del muro, fue a toparse con una inscripción que, por primera vez, no alcanzaba a comprender.

-No es para mí- pensó.

En aquel momento, los cimientos sobre los que sustentaba su gozo, cayeron como una torre de naipes, y permaneció cabizbajo y reflexivo, en un intenso enfrentamiento consigo mismo.

Al cabo de un buen rato de permanecer allí, inmóvil, y ante su asombro, una alegría inigualable que sólo él podría describir, inundó su ser. Afortunadamente descubrió, que la sinrazón de aquellas palabras inconexas constituían la última pieza que faltaba en el puzzle de su propio entendimiento, y éste, en su conjunto, obró el milagro...

Un toque grave y pausado de campana resonó en varias millas a la redonda.

Aunque queda abierto a la interpretación del lector en qué instante de este relato la vida habitó el cuerpo de este individuo y en qué momento lo abandonó, he de decir que tardó nada menos que un minuto en llegar al suelo, y que el golpe resultó notable entre los suyos y, por su virulencia, digno de ser recordado.

Fue el propio sonido del impacto el que acabó con el descanso de dos bueyes que, atados a una carreta y adiestrados para la ocasión, sólo tuvieron que andar unos pasos para situarse junto al desconcierto de aquel organismo inerte. Con total indiferencia y con el mismo trato que le hubiese dado en vida, el enterrador tomó el cuerpo y lo arrastró hasta la carreta.

Aquel tipo desconocido, de astutos andares curvos, aunque rectos en apariencia, aún tenía por delante un buen trecho que caminar por la alfombra oscura, hasta llegar a su destino. Bajo un sol de justicia, y al pie de una fosa cavada en el crepúsculo de la mañana, aguardaba ya una multitud que había sido atraída por el toque funerario.

Pronto llegaría el enterrador... y la interminable sombra.

Una vez iniciada la marcha y tras acuciar a golpe de vara a uno de los bueyes, dirigió la mirada hacia atrás. Con una sonrisa burlona y exhibiendo unos ojos extremadamente claros, casi blancos, pudo leer aún a cierta distancia y en la penumbra, una frase tallada en piedra, sobre el hueco de acceso a la torre.

Traducida desde la oscuridad, decía lo siguiente:

"El hombre muere cuando más sabe"


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viernes, 25 de septiembre de 2009

Calma aparente

Castillo de Hércules - Playa de la Barrosa (Chiclana de la Frontera)

Cuando miro al mar, solo veo reflejos en su superficie, y cuando me sumerjo en él, no consigo verlo, pero llego a experimentarlo y soy mucho más consciente de lo que esconde.

Estoy cansado de consejos inocuos, que me incitan una y otra vez a dirigirle la mirada.
Al mar, como a la vida misma, pero sólo superficialmente.

Superficialmente, al hacernos diestros en la falsa virtud de atajar problemas indefinidamente, como una burbuja que emerge sigilosamente desde el fondo, para acabar flotando justo allí donde la podemos alcanzar, o simplemente divisar, tal vez disolviéndose en otra mayor, pero siempre en solitario, como única culpable de nuestra desgracia.

Superficialmente, al dejarnos llevar por el placer de esos instantes de aparente tranquilidad, entre burbuja y burbuja, en los que parece que todo está bien. La mente, no sólo se nutre de lo amargo, sino también de lo dulce, y tiene nuestra total complicidad en éste caso para saborear el postre al final del banquete y seguir ejercitando, desde lo más profundo, el arte del secuestro...

Y cuando me sumerjo en él, no consigo verlo, pero llego a experimentarlo y soy mucho más consciente de lo que esconde...

jueves, 17 de septiembre de 2009

A contraluz

Garganta de puerto oscuro - Ladera del monte Picacho (Alcalá de los Gazules)

Todo aquel que me conoce, sabe que soy hombre de pocas palabras. Y todo aquel que me conoce mejor, sabe que hay ciertos temas de especial trascendencia para mí, sobre los que podría hablar durante años, sin que nadie pudiese hacerme callar.

Trascendencia vital que, en ocasiones y rozando lo absurdo, se antepone a la de mi propia existencia, hasta el punto de llegar a ser ésta considerada como encubridora necesaria de la búsqueda, del desarrollo y la resolución de mis inquietudes; mi vida, como 'tapadera' de mis adentros.

Sin intención alguna de entrar a valorar las ventajas e inconvenientes que este particular 'sentido de la vida' o 'razón de ser', desgraciado en apariencia (incapaz sería a priori) y que ante todo me hace distinguir entre 'el ocaso de la mirada' y 'la mirada del ocaso', me gustaría exponer hoy una historia, acontecida en uno de mis largos paseos por el bosque, en los que -casi siempre- termino por fundirme con la naturaleza.

Llevaba ya casi dos horas caminando entre alcornocales; árboles que daban ya cobijo a un sol especialmente anaranjado, cuando me topé con un hombre de mediana edad que debía proceder del lugar de mi destino. Con un ademán interesado, me invitó a detener la marcha, para dirigirme a continuación la palabra.

Me preguntó sobre el camino que tenía yo a mis espaldas, con la curiosidad de saber si sería capaz de alcanzar su meta, antes que el sol, para no quedarse completamente a oscuras.

Mientras le explicaba la travesía que aún tenía por delante, me llamó la atención la extraordinaria dedicación (casi devoción) con que ambos, nos entregábamos a aquel diálogo.

La conexión era total.

Podía observar cómo cada palabra dirigida a mi interlocutor, producía diminutas ondas sobre el tejido muscular de su rostro, y una mínima variación en el tono empleado, parecía traducirse en descargas eléctricas que alteraban la pronunciación de sus cejas y la amplitud de las cuencas de sus ojos, seguido de una leve sacudida de su cabeza justo allá a donde se dirigía en cada momento la fluctuante frecuencia de mi voz. Entretanto, su mirada era capaz de contrarrestar a la perfección los movimientos de mi cabeza, los de mi cuerpo, y todos los suyos, para converger fielmente en mi entrecejo. En suma, tenía la impresión de estar, por medio de una infinidad de hilos invisibles, apoderándome de sus impulsos, e incluso inaugurando aquella nueva extensión de mi propia musculatura…

No recuerdo qué estaba yo diciendo en aquel momento cuando, de forma repentina, su rostro cristalizó. La tensión acumulada en sus facciones se esfumó paulatinamente durante el transcurso de poco más de un segundo y sus pupilas, coincidentes aún con las mías, se abrieron hacia el infinito, antes de permanecer inmóviles e indiferentes a cuantas interpretaciones gestuales hacía yo mismo de mis propias palabras.

Parecía un embrujo.

Me había abandonado a mí, y conmigo, toda percepción de su realidad externa. Su mente, aprovechando un cruce de caminos, había tomado las riendas de su vida y ya no había presente para él.

Mientras podía observar a cierta distancia cómo el torrente de mi voz continuaba impasible ante tal encantamiento, no pude yo resistirme a realizar ciertos experimentos, con tímidos cabeceos, más y más prolongados cada vez, como péndulo acomplejado ante la pasividad de sus ojos, y cuyo objetivo no era otro que testimoniar la ñoñez de aquella mirada perdida.

Mi descortesía llegó a tal extremo, que me vi situado justo detrás de aquel sujeto, hablándole a un oído y después, al otro; cacheándole sin tocarle, para luego sentir que me alejaba sigilosamente de espaldas, casi bailando, y jugaba a encajar su contorno con el de la espesa arboleda que, más adelante, parecía abrazar el camino.

Las palabras, continuaban resonando a lo lejos sobre aquella silueta a contraluz, solitaria e inmóvil, y hacían eco entre montañas dicromáticas, bajo un cielo perfumado, tardío y sobre todo, solemne, en cuya comprensión, pude apreciar un pliego de la realidad, certificado del creador, que no merece ser descrito aquí.

Y entre palabras exiguas, casi de otro mundo, y justo antes de ver a un Santo bajar del cielo, llegué a percibir una palmadita en el hombro, y el asalto de otras palabras mucho más nítidas, que no habían sido articuladas por mí:

- Eh, oiga, pero… ¿me está escuchando?... se me hace tarde, y quería saber… –

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Aquel día, el rasero de medir mi superación, descendió al nivel de mis limitaciones. En aquel intento desacertado de ser uno con la naturaleza, resulté de nuevo secuestrado y dejé de ser… Quedó a mis ojos demostrado, que el ciego que aprende a ver, comparte aún la misma ceguera que el sano…

…¿me está escuchando?


Safe Creative #0911154884180

domingo, 13 de septiembre de 2009

Premio Príncipe


Aunque no creo merecerlo (y como siempre digo: ahora me expongo al peligroso riesgo de creérmelo), tengo el honor de recibir este premio por parte de SOY LO QUE SOY, autora de uno de los mejores blogs que he visitado hasta el momento:


¡¡¡ Gracias SOY, tú has de ser hallada !!!

martes, 8 de septiembre de 2009

Lucidez arquitectónica

Ocaso sobre San Fernando

Nunca comprenderé por qué añoramos tanto a la SUERTE y nos afanamos en cambiar la realidad para ser más felices. Si somos incapaces de aceptar LO QUE ES, ¿de qué servirá cambiarlo?... ¡¡¡ no dejará de ser LO QUE ES y seguiremos sin aceptarlo !!!

¿Qué tal un pequeño ejercicio y le damos la vuelta?

Si quieres que se cumplan todos tus sueños, si quieres suerte a raudales... ¡¡¡ abraza la realidad, lo que eres y lo que tienes !!!... sé como el preso que ama su celda... y no te confundas, que no habrá nunca un ejercicio más inconformista, de mayor lucidez y rebeldía, que aquel que se enfrenta a LO QUE NO ES, y consigue cambiar la realidad... aceptándola.

Sólo de esta forma, deseando todo cuanto tienes, llegas a tener todo cuanto deseas, y sólo entonces y ante tu sorpresa e indiferencia, el cambio fluye... aceptando por fin y para siempre, LO QUE ES y su dinamismo, sea lo que sea y sea el que sea.

Al fin y al cabo, y esta es mi humilde opinión, aquello que llamamos SUERTE, no es más que la coincidencia entre la voluntad de Dios y la de los hombres...

"La piedra que desecharon los arquitectos..."

martes, 1 de septiembre de 2009

Escombros de crecimiento

Ruinas del poblado de Sancti-Petri (Chiclana de la Frontera)

A ti, compañero infatigable y eterno, sombra de mi sombra, cumbre de la autosuficiencia, comediante absoluto del relativismo...

A ti, que deambulas escondido entre rincones de fronteras semiquebradas y duermes despierto detrás de un pelo; alimentas tu astucia de los escombros de mi superación, y osas oler a podrido, si con ello aparentas estar muerto.

A ti, aquel que, únicamente para ser más, se proclama extraño y singular, generoso y humilde, víctima y enfermo; abandonado, para sentirse único; para no ser creado, fruto de la nada; uno más, para añadirse el signo...

A ti me dirijo, y no olvides ésta, mi máxima, que no la olvidaré yo, para no perderte el rastro:

No te he aniquilado, no has muerto, y jamás voy a poder contigo...

...que a cambio acallaré por siempre aquellos ecos de arrogancia, poder y sabiduría maltrecha, que resuenan galopantes e interminables en este vasto espacio de mi conciencia, ahora dilatado...

...y no me cuentes más de mis anhelos, mis carencias, ni siquiera de mis grandezas, no quiero oirte hablar de Dios, de su ausencia...

...que sólo queda creer ciegamente 'en' aquel que demostró con hechos...

...haberte derrotado.


A mi ego.


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